Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Las urnas y el balón

"Me da igual quien gane las elecciones con tal de que gane el Betis", oí decir el viernes

Era un día perfecto para no ser español, un domingo idóneo para ser un burgués francés, un aristócrata británico, un hindú opulento o un jubilado japonés de turismo por Sevilla, pero alojado en un gran hotel y no en un camarote marxista, cuyas prioridades fueran qué atuendo y calzado cómodo elegir para un recorrido por la ciudad, admirando ahora la Giralda, ahora la Torre del Oro, la Catedral, el laberinto del Barrio de Santa Cruz, qué restaurante elegir, qué souvenirs comprar... Los españoles teníamos otras preocupaciones.

En Sevilla era para muchos un domingo pendiente de dos resultados claves: el de las elecciones y el del Betis-Sevilla. No necesariamente por este orden. Ambos se conocerían a la noche. Esto hizo del domingo un día dominado por la incertidumbre, cuando no los nervios y -lo oí en las vísperas- hasta el miedo. Si el partido de fútbol hubiera sido matinal, a la hora de comer ya estarían unos celebrando la victoria y otros digiriendo la derrota (a la hora de escribir esto no sé si les va a dar por empatar). Y sobre los comicios, había que esperar a la noche sí o sí. Así que a los únicos que les importaba un bledo lo que se estaba cociendo en los colegios electorales y lo que se guisaría en el Villamarín eran los turistas.

Pero había también sevillanos -y como tales, españoles- a los que las urnas se la trufaban. Su estrés dominical no tenía nada que ver con Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias ni Abascal y sí con Fekir y con De Jong. Así que de domingo tranquilo y apacible, nada de nada. Fue el viernes cuando oí decir: "Me da igual quien gane las elecciones con tal de que gane el Betis". No aprecié la más mínima broma en el comentario. Desconozco las preferencias políticas del tipo, pero si su deseo se ha hecho realidad, en caso de que simpatice con Podemos me lo imaginaba brincando hoy de alegría con 177 diputados de Vox en el Congreso o con la euforia de un poseso si habiendo votado a Vox el próximo presidente del Gobierno se llamara Pablo Iglesias. En fin, allá cada uno. Podría por tanto afirmar que también era un domingo perfecto para no ser sevillano, y en el caso de serlo no gustarte el fútbol e ignorar el derbi. Ocurre, no obstante, que con el fútbol -exceptuando a la becerrada de turno- no pasa lo que con la política. Su liturgia mitiga la ansiedad con un preámbulo volcado en la libación, de suerte que su exceso tiene un efecto liberador: en el caso de derrota confirma uno sus irrenunciables señas de identidad y si su equipo es el vencedor la madre de todas las resacas es una bendición. En política no.

Habría sido sorprendente oír decir a alguien: "Joder, que este país se arregle. Y si hace falta para que así sea, que mi equipo pierda de penalti tonto en el descuento". Siempre habrá un partido de vuelta. Pero más vueltas alrededor de las urnas no, por favor.

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