TRAS casi un mes de luminarias y rosas, después de un ir y venir de riadas humanas por el centro de la ciudad en busca de no se sabe qué y en plena resaca de la más espectacular cabalgata de Reyes que se recuerda, la cruda realidad. Con todos ustedes, señoras y caballeros, la dura prueba de la pendiente más empinada que registra la orografía española, la temible cuesta de enero. Con el día en que las devoluciones de regalos que no nos quedan bien y las reclamaciones por el robot que no funciona o por un barco pirata al que le faltan corsarios, la cuesta de enero asoma su patita por debajo de la puerta. Y no hace como el lobo, que necesitó enharinársela para embaucar a sus víctimas, no. La cuesta de enero se aparece de pronto, sin maquillar, con toda esa crudeza que en muchísimos casos conlleva una considerable carga de dramatismo y de incertidumbre.
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