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En tránsito

eduardo / jordá

Las uvas de la risa

LA pifia de Canal Sur en la retransmisión de las campanadas de año nuevo no es un asunto trivial ni una anécdota más que pueda despacharse con un comentario gracioso. Canal Sur tiene una plantilla enorme y unos directivos muy numerosos, tantos que a veces nos hacen pensar en aquellos ejércitos sudamericanos de Tintín en los que había 700 generales y tan sólo un puñado de soldados desharrapados. Y además esos directivos están muy bien pagados, con sueldos que no tienen nada que envidiar a los de algunos directivos bancarios. Todo eso hace que Canal Sur le cueste mucho dinero al contribuyente que vive atosigado por el miedo a quedarse sin empleo o a tener que cerrar su pequeño negocio. Y por si fuera poco, Canal Sur lleva mucho tiempo sin ofrecernos programas con un mínimo de calidad y que no nos hagan enrojecer de vergüenza cuando le damos sin querer al mando a distancia (porque de otro modo es difícil que lo sintonicemos). En el pasado sí tuvo algunos programas decentes -y encima los hacía con muy poco dinero-, pero ahora ya no queda ninguno en antena. ¿Por qué se suprimieron? Nadie lo sabe. Y por no tener, Canal Sur no tiene ni un concurso apreciable como Saber y ganar o Pasapalabra.

La metedura de pata de las campanadas debería hacernos reflexionar sobre las televisiones públicas. Si no son neutrales en términos políticos ni ofrecen programas de calidad, ¿para qué las queremos? Todas esas televisiones, empezando por TVE y terminando por la última televisión local pagada por el ayuntamiento de turno, son deficitarias desde hace muchos años y les cuestan un ojo de la cara a unos ciudadanos que están sufriendo recortes de todo tipo. La televisión pública es imprescindible para contrarrestrar la zafiedad y la burricie que se promueven desde las televisiones privadas, pero no parece lógico mantener unas televisiones públicas que sólo actúan como gigantescos departamentos de propaganda al servicio de los gobernantes de turno. ¿Es justo que se recorte en sanidad o en servicios sociales cuando se siguen manteniendo en pie esos costosísimos mamotretos? ¿Y tiene sentido que esto ocurra cuando hay miles de familias que no pueden pagar la electricidad?

Repito que es necesaria una buena red de televisiones públicas al servicio de los ciudadanos, pero mientras esas televisiones no existan -y cometan fallos tan clamorosos como el de las campanadas-, lo único razonable sería pedir que las cierren de inmediato. Y cuanto antes, mejor.

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