LLEGA el ansiado descanso anual. El país se paraliza como un oso en invierno, como una boa en plena digestión: no hay urgencia que no pueda ser aplazada hasta mediados de septiembre, cuando por fin vuelvan a estar operativos los fontaneros, los electricistas, el funcionariado, o cuando -no me digan que no les ha pasado alguna vez- pueda ya llegar la esperada pieza de Barcelona o de Bilbao para que pueda volver a rotar el aire acondicionado o el carburador del coche. España entra en pleno mes de agosto en una dulce somnolencia que dura semanas. Las ciudades del interior quedan vacías, silenciosas, en un letargo infinito; se pueden visitar museos y monumentos sin las colas del otoño, del invierno; podemos cenar en restaurantes con mesas desocupadas, sin que los camareros se atolondren al servirnos; o podemos viajar en tren con vagones en silencio. Una maravilla. También es verdad que, como contraste, hay lugares que cualquier persona con un mínimo de sentido común debería evitar: no nombraré ninguno de los que se me ocurren para no molestar a nadie, pero se los pueden imaginar. Y hay capitales europeas que no hollaría en plena canícula por nada de este mundo, a no ser que se me proporcionara diariamente una dosis elevada de soma.
De este amodorramiento escapan, al parecer, nuestros políticos. Me hace mucha gracia -literalmente, no es ironía- esas recurrentes entrevistas que, a principio de cada mes de agosto, les hacen a nuestros próceres en los cuadernillos estivales de los principales periódicos. Uno, cuando los lee a la sombra de una terraza de un pueblo serrano, no puede sino pensar que pertenecen a una estirpe superior o, también, que no podemos creer lo que dicen. Porque, invariablemente, todos/as contestan de manera idéntica sobre el destino que darán a esas dos semanas de "desconexión" y de "cargar las pilas" que se imponen, y de disfrute del "merecido descanso" veraniego: en tan breves jornadas harán una parte del Camino de Santiago a pie; leerán las obras completas de Heródoto en la colección Gredos y de paso repasarán las Epístolas Morales de Séneca y alguna novela moderna, para compensar; tienen también previsto navegar unos días por las Baleares junto a sus nietos; practicar el submarinismo en una cala de la costa catalana, asistir a un taller de cerámica en un pueblito de la Axarquía y mejorar definitivamente ese nivel tan lamentable de un inglés que no consiguen domeñar. Con una sonrisa a lo giocondo termino exhausto de contemplar esa hiperactividad impostada que no nos abandona ni en pleno verano, obsesionados por creernos y aparentar una laboriosidad excesiva incluso en el ocio estival. ¿Por qué no contestar, por ejemplo, que nos vamos a tirar el verano contando las nubes bajo un almendro con un botijo al lado? Sería sin duda mucho más razonable. Pero es eso, precisamente, lo que nos falta: cordura.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios