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Cambio de sentido

Ni vacaciones

Este año no ha habido manera de evadirnos no ya del coronavirus, sino de eso que llaman 'nueva normalidad'

Ni Semana Santa, ni ferias, ni festivales, ni afición en las gradas, (ni arnaval en el Falla para el año que viene), ni siquiera botellonas, ni encuentros fortuitos en las angosturas de un bar. Ni velatorios donde echarse a llorar en todos los brazos. Na de na. La pandemia se ha llevado por delante la mayoría de válvulas de escape por las que nuestra sociedad libera colectivamente -consciente o no de ello- pulsiones y emociones que -supongo- se nos habrán quedado dentro, contenidas, encasquilladas. Afirmo que tampoco hemos tenido vacaciones. Vacaciones significa, desde su raíz, estar liberado, estrictamente "vacante"; conlleva un desalojo, una desconexión de lo que cada cual tiene el resto del año por rutina o tareas cotidianas. En vacaciones, buena parte de la gente no se sale por completo de los hábitos, sino que los sustituye por otros -igual de rigurosos, pero algo más amables-. Este año no hemos tenido vacaciones porque es de tal envergadura la construcción de eso que llaman nueva normalidad y está tan mal hecha, es tan kafkiana, que se nos ha hecho imposible librarnos de ella, mudarnos a alguna costa donde no azoten los vientos racheados de la perplejidad. Ni quien tiene segunda residencia en la que quitarse del medio todo el verano ha tenido realmente la posibilidad de desconectar por un solo día. Y ello es necesario, para dejar salir lo que sea que en el fondo sintamos, y también para dejar entrar el misterio, la zozobra, o la alegría de vivir, lo que sea que nos entre por el cuerpo cuando nos salimos de lo habitual y establecido. Me da a mí que la nueva normalidad es un sombrajo, más precario por supuesto que la vieja, cuya construcción nos distrae de la intemperie. Hacemos tanto ruido, hay tantas noticias, porque no sabemos vivir bien en la incertidumbre.

El caso es que esta situación no nos da descanso, nos tiene en vilo, por eso digo que este año tampoco casi nadie ha tenido vacaciones. Sí acaso algunos fogonazos de vida, mientras flotamos en las aguas del Atlántico o cuando se nos va la noche en un suspiro junto a alguien: momentos de presente absoluto en los que nos olvidamos de la mascarilla, la pena, la hora o la vuelta al cole. Necesitamos tenerlos. Esos instantes no tienen nada de simulacro, ni de fotogénicos, no caben en Instagram. Desconfíen de quienes publican fotos de su veraneo idílico de 2020. Nadie en sus cabales conoce en estos tiempos el descanso verdadero y duradero.

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