UN futbolista puede ser valiente arriesgando la pierna en un cruce, o la cabeza en un salto o una salida. Otra forma de valentía nos la mostró, nos la muestra hasta el próximo fin de semana, un admirable bonachón. Juan Carlos Valerón fue valiente pidiendo la pelota. Recibiéndola y jugándola. Cuando lo hacía, del terreno brotaba un haz de luz que uno, dos, tres estibadores estaban dispuestos a apagar a empellones. El canario lo sabía, como el matador sabe que cruzarse demasiado o no abrir el capote a tiempo te puede matar en el ruedo. Pero él la pedía siempre. A veces el estibador caía en el engaño. En su fútbol de verónicas infinitas. Pero otras muchas, Valerón era revoleado. Tres veces fue operado de la rodilla. Y su vergüenza torera ha sido tal, que jamás perdió las formas, la compostura, en esa centésima de segundo en que el dolor te nubla la razón. ¡Valiente pelotero! ¡Valiente deportista! Deportista en el sentido más íntegro y noble. Deportividad deportivista.

No le ha hecho falta lucir un palmarés ostentoso. Una Copa y dos Supercopas de España. Una hoja de servicios mucho más modesta que la de miles de mercenarios, de esos que meten el dedo en el ojo del rival cuando el árbitro no te ve y fingen que le cercenaron el tobillo al retorcerse en la hierba. Pero eso no va a mortificar a nuestro héroe en sus noches de duermevela, cuando eche de menos el olor de la hierba recién cortada.

Duerme tranquilo. No hay Copa del Mundo que convalide tu conquista. Otro mago que nos la trajo a España hace seis años, Andrés Iniesta, bien que lo sabe. Él, como tú, se retirará con el eco de los atronadores aplausos sin colores definidos. "Pagaría por ver jugar a Valerón", confesó el genio manchego. Ni todo el oro del mundo valdrá ya para volverte a ver en un campo. Pero tu figura y tu ejemplo, como el recuerdo de tu magia, son inmortales. Tu legado ni se compra ni se vende, valiente.