la tribuna

Juan A. Macías Amoretti

¿Un vecino islamista?

CON el advenimiento de la primavera árabe, algunos sectores de opinión vuelven a agitar el fantasma del islamismo como símbolo de la supuesta incompatibilidad entre islam y democracia. La reciente victoria del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) el pasado viernes en las elecciones parlamentarias de Marruecos confirmaría para ellos la incapacidad manifiesta de los árabes y musulmanes para regirse por unos principios racionales y civilizados.

Sin embargo, la victoria del PJD no ha sido inesperada. El PJD ha venido creciendo exponencialmente en número de votos y escaños desde su primera participación electoral en 1997, y ello a pesar de innumerables trabas puestas por el majzén y del ostracismo al que fue condenado en la oposición por el resto de partidos con el beneplácito de Palacio. En un sistema político no autoritario, habría sido cuestión de menos tiempo ver al PJD en el Gobierno. El contexto de la primavera árabe y la reciente reforma constitucional han favorecido el clima de negociación entre partido y Palacio, facilitando las condiciones del acceso del PJD a la mayoría parlamentaria, lo que ha obligado por primera vez al rey a nombrar a un presidente del gobierno salido de sus filas, Abdelilah Benkiran.

La clave para entender el creciente apoyo del electorado marroquí al PJD hasta su victoria electoral no debe, sin embargo, leerse en unos parámetros esencialistas ni maniqueos. El PJD, un partido conservador y nacionalista que acepta el sistema político marroquí con la monarquía a la cabeza y sitúa al islam como marco moral de su acción política, no debe su victoria a postulados anti-occidentales o a soflamas fundamentalistas, sino a su capacidad para ser percibido por amplios sectores de la sociedad marroquí como un partido honrado, moderno y serio que lucha denodadamente contra la corrupción, lo que lo singulariza en un panorama partidista anquilosado marcado por la corrupción, la inoperancia y la gerontocracia de partidos oficialistas sin militancia y de partidos históricos alejados de las preocupaciones de los ciudadanos y enzarzados en constantes luchas de poder. Junto a ello, el PJD ha sabido transmitir a los marroquíes la posibilidad de cierta práctica democrática normalizada a través del funcionamiento interno de sus congresos, así como de una gestión razonable al frente de algunas alcaldías importantes.

El temor de los sectores laicistas de dentro y fuera del país ante la victoria anunciada del PJD tiene que ver, por una parte, con la ineludible presencia del discurso moralista islámico y de una estética religiosa en la que es habitual, aunque no exclusiva, la separación entre sexos, la barba o el hiyab; por otra, dicho temor alude a la falta de experiencia de gobierno al más alto nivel y de un expediente democrático inmaculado aderezado con ciertas salidas de tono de algún dirigente. Dichos temores son comprensibles y, en parte, justificados. Las primeras reacciones de los dirigentes del partido tras la victoria electoral indican que éste es consciente de la necesidad de suavizar su imagen y de reforzar su perfil político tanto dentro como fuera de Marruecos, donde ya se comienza a aludir al modelo del homónimo AKP turco.

La búsqueda de un consenso necesario en un parlamento muy fragmentado empieza por el discurso, y el PJD lo sabe. El contexto de efervescencia social entre una juventud desencantada, dinamizada y movilizada ahora por el movimiento 20-F, la falta de interés por la política, ilustrada por la escasísima participación electoral, y la situación económica, además de cuestiones lacerantes como el paro o el analfabetismo, son desafíos a los que el nuevo gobierno deberá dar respuestas concretas. Para gestionar con acierto estas tensiones, deberá asimismo medir muy bien su relación de fuerza con Palacio. En ese marco, la labor de gobierno se antoja mucho más difícil que la de oposición para el PJD, especialmente en esta nueva etapa tras la reforma constitucional, por lo que es probable que los asuntos "sensibles" no sean apenas objeto de debate.

Obviamente, la pregunta del "y ahora, qué" presenta hoy una gran complejidad, pero si una de las claves técnicas de la democracia es la representatividad basada en procesos electorales, debemos presuponer la madurez del electorado, aun con todos los matices necesarios en un contexto autoritario, y aceptar con responsabilidad los resultados de las urnas. Eso sería un primer paso, pequeño pero significativo, para reforzar progresivamente el papel de los partidos y de la sociedad frente al todopoderoso aparato del majzén y reiniciar así un proceso de democratización que los marroquíes llevan esperando más de cincuenta años.

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