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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La venganza musical de Moctezuma

Por muchas perrerías que se cometieran no nos merecemos esta venganza en forma de diarrea sonora

El verano tiene muchos atractivos, ciertamente, pero también no pocos horrores. Uno de ellos es la expansión de la coprofagia musical, es decir, de la ruidosa multiplicación de quienes además de ingerir por sus oídos heces musicales las imponen a los demás. Puede ser como un roce de medusa, solo el paso de un coche que va escupiendo su inmundicia sonora a todo volumen. Pueden ser, cosa más grave, los chavales que se reúnen en la playa con uno de esos artilugios que multiplican la música fecal de sus teléfonos. Puede ser el chiringuito que esparce su popó musical en un amplio radio en torno a él. Pueden ser los vecinos cuyos vástagos consumen con fruición y difunden con entusiasmo de misioneros la caca musical sin la que no pueden vivir. Bajos que hacen temblar mis carnes morenas. Un ritmo machacón y tribal que me hace pensar en la prodigiosa elipsis de 2001: una odisea del espacio al revés: del siglo XXI de la carrera espacial de los multimillonarios al homínido. La regresión de la escucha de la que escribió T. W. Adorno, vaya.

Comparadas con lo que desde unos años se oye en las playas, los chiringuitos y los pisos de veraneo las viejas canciones del verano -desde Me lo dijo Pérez de Los Tres Sudamericanos, Mi limón, mi limonero de Anthony Stephen o El tío calambres de Luis Aguilé a Eva María de Fórmula V o Un rayo de sol de Los Diablos, sin olvidar los clásicos de Georgie Dann y el fugaz paso, pero tan potente, de esa obesa estrella de verano llamada King África- parecen hoy lieder de Schumann o de Schubert, las cuatro últimas canciones de Strauss o el songbook completo de Gershwin.

La larga y compleja fusión entre las nuevas músicas latinas y la música urbana norteamericana ha dado como resultado una venganza de Moctezuma musical. Les recuerdo que esta consistía en las mortales diarreas que afectaban a los conquistadores, vistas con delectación por los indios como la venganza del señor de Tenochtitlán cayendo sobre los españoles (curioso asunto, ya que Moctezuma fue muerto a pedradas por los suyos y Cortés lloró por él, como escribe Bernal Díaz del Castillo).

Digo yo que por muchas perrerías que cometieran nuestros ancestros en la conquista de Sudamérica y los anglosajones en la de Norteamérica, esta venganza en forma de diarrea sonora, esta proliferación de expansivos coprófagos musicales, es más dura de lo que nos merecemos.

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