La esquina

josé / aguilar

A ver si va a ser un paréntesis...

LA buena noticia del debate es que ninguno de los aspirantes a la Secretaría General del PSOE se ha echado al monte del radicalismo. La mala noticia es que la campaña de elecciones internas está incumpliendo uno de sus objetivos fundamentales: movilizar al partido y sacar a los militantes de su actual estado de postración, desánimo y desconcierto. No sé qué pesará más en el balance de esta búsqueda de un nuevo liderazgo.

Primero, lo positivo. El debate entre Eduardo Madina y Pedro Sánchez fue de guante blanco. Una discusión amable entre compañeros -apenas se dieron algunos pellizquitos de monja- en la que ambos apuntaron a la regeneración del partido, pero ninguno desbordó su esencia socialdemócrata ni se subió al carro de la extrema izquierda o a la ola de la indignación antisistema. Mantuvieron el rechazo al referéndum soberanista catalán, se comprometieron con las primarias del otoño y se desentendieron del cuestionamiento de la monarquía. Por ahí entró Pérez Tapias, el tercer hombre, que no tenía nada que perder y defendió el giro propio de Izquierda Socialista, sabedor de su condición minoritaria. Fue el más puro, por así decirlo, mientras que sus dos oponentes se comprometieron sólo a liquidar las leyes del PP y a cambiar la forma de hacer política dentro del PSOE y ante la sociedad. Una reforma sin ruptura ideológica. Mejorar el camino, no emprender uno nuevo.

Así las cosas, Sánchez y Madina no plantean a los militantes más que un dilema personal. Difícilmente resoluble, porque no hay razones objetivas que permitan deducir cuál de los dos es el mejor para recomponer al PSOE de su zozobra (para refundarlo ninguno está capacitado). Y de ahí procede el peligro de esta fraternal contienda: que la militancia la está siguiendo sin entusiasmo al no percibir motivos para entusiasmarse. Muchos dirigentes socialistas están desasosegados ante la perspectiva de que el nuevo secretario general salga elegido por menos de la mitad del censo. ¿Qué fuerza moral y ascendiente político tendría un dirigente llamado a liderar un tiempo nuevo pero surgido de un proceso tan escasamente participativo y respaldado? Peor aún, el primer revés electoral, previsible, ¿no sería interpretado a la fuerza como la demostración de que todo esto ha sido un paréntesis y que el auténtico liderazgo socialista todavía necesita ser descubierto?

Igual tiene el PSOE que volver a empezar.

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