En la bulla

José Chamizo / De La Rubia

Una verdad compartida

evocación de una tragedia que marcó historia El Defensor del Pueblo Andaluz recupera el pasaje de la Pasión y Muerte de Cristo y lo versiona en un lenguaje llano, simple y directo, sin artificios.

TODO, según cuentan, se inició en esas horas melancólicas que llamamos el atardecer. Preludio cierto de la noche, la más oscura, para una Humanidad que aún no acaba de entender qué sucedió. La caída del sol, su despedida, anunciaba el camino de las tinieblas, de la oscuridad más absoluta. Cuentan que lo detuvieron con pretextos débiles: amotinador del pueblo, mago, haberse llamado Hijo de Dios... y no sé cuántas cosas más. La detención fue fruto de una traición. La noche, sin duda, ya cubría todas las calles de Jerusalén.

No mediaron demasiadas palabras, algunas frases identificatorias y una disculpa acerca de los suyos: que a ellos, a sus amigos, no les hicieran daño.

Él estaba fuerte. Se había despedido de sus discípulos en una cena ritual que aún muchas personas recuerdan; había dialogado con el Padre, y Éste le había ayudado a aceptar su destino. Estaba fuerte a pesar de ser el objeto de una injusticia. Antes de ser juzgado, como otros muchos en la historia, conocía la sentencia. En suma: lo detuvieron y se lo llevaron.

Los poderes de su tiempo, Sacerdocio judío y Roma, recibieron pronto a este visitante inoportuno sobre el que mucha gente del pueblo, instigada por los manipuladores fariseos, representantes de la casta religiosa, pedían que cayera sobre él el peso de la Ley.

El poder religioso representado por el Sumo Sacerdote y el Consejo poco pudo hacer. Deseaba su muerte, una más, pero no tenían facultades para autorizarla. Se rieron de él, un amigo lo negó, y sin duda, se sintió mucho más solo cuando tuvo que enfrentarse con el representante de Roma. Éste decidió, como tantas veces sucede en nuestro momento histórico: lavarse las manos. ¡Qué más daba! La cruz ya había sido construida y era una lástima no poder utilizarla. La plebe quería muerte y la tendría.

En la comitiva que le acompañaba hasta el patíbulo únicas que comprendieron la injusticia fueron un grupo de mujeres, que lloraban, posiblemente, de rabia e impotencia ante tamaña atrocidad. Su fuerza física comenzó a resquebrajarse, el peso de la cruz, el peso de la sinrazón, estaba cercenando su esperanza. Tanto sufrimiento en su rostro, tantas caídas, hizo que incluso los organizadores de la comitiva buscaran a alguien para que le ayudara con la carga. Eligieron a un hombre que venía de trabajar en el campo.

De los suyos no había casi ninguno. Su madre y dos de sus mujeres seguidoras: María de Cleofás y, como no, María Magdalena. Los demás estarían escondidos por miedo a al revuelta. Tanto tiempo juntos y ahora escondidos... La soledad del inocente ante la muerte siempre es más dura que el dolor físico. También la duda: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mt. 27-46; Mc.15-34)

Lo clavaron en la madera y las humillaciones continuaron. La gente permanecía por allí asistiendo al espectáculo. Algunos ciertamente lloraban. La historia del crucificado concluye con una plegaria: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". (Lc. 23-46)

Cuando murió, la muchedumbre se marchó y volvió a sus casas. El espectáculo había concluido.

Los hombres del grupo, excepto Juan que lo vio morir, ya se habían acercado, incluso hubo un tal José de Arimatea que se atrevió a dar la cara ante Pilatos para pedirle el cuerpo sin vida de Jesús. Otro, de nombre Nicodemo, aportó los aromas con que lo llevaron al sepulcro.

La conclusión a esta especie de locura que supone condenar al más justo de los hombres, la hace el profeta Isaías (6,9s.): "Les han cegado los ojos y embotado la mente; para que sus ojos no vean ni su mente discurra".

Pero este relato, tantas veces evocado, no sería completo si olvidáramos que su muerte fue el preludio, la posibilidad de una nueva vida que nace con la resurrección.

Fue también una mujer, María Magdalena, la primera que anunció al grupo la noticia de que, aun en medio de las mayores tragedias, se vislumbra la esperanza activa, y si es posible revolucionaria.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios