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Las verdades del lobo

No sólo la política sufre una descualificación evidente, también otros cargos de notoriedad, como ocurre con las cofradías con honrosas excepciones

Ala política socialista Susana Díaz (¿Qué pasa, canijo?) la llevan poniendo una semana de negro ruán porque no se le conocen ni matrículas de honor en una carrera universitaria que tardó diez años en cursar (dos mundiales y una eurocopa, se dice pronto) ni oficio al margen del partido por el que da la vida, la hacienda y el honor, dicho al modo literario. La imagen de Díaz no la mejoran sus asesores ni redifundiendo como Verano Azul aquel programa que le dedicaron expresamente en Giralda Televisión (q.e.p.d.) con loas, petaladas y lagrimeo fácil que parecía ser el preludio de una beatificación en vida. Allí hablaron bien de Susana desde los camareros del bar Santa Ana hasta el hermano mayor de una cofradía. Dicen que lo de esta mujer, muy capillita ella, es el botón (ton, ton) de muestra de la clase política actual. Y como aquí gastamos la teoría de que nada de la sociedad actual es ajeno a las cofradías, nuestra aviesa mirada se dirige a la clase dirigente cofradiera, buscando siempre la pérfida extrapolación, el paralelismo revelador y los malévolos parecidos. Y la verdad es que el organigrama de las cofradías también está cargadito de gente que, como en política, no tiene camino de vuelta. Gente que si no fuera por su responsabilidad cofradiera (por así decirlo) no tendría ni dos líneas en el horóscopo del periódico. Un poné: se podría responder como el lobo (o loba) a la pregunta de cuántos abogados de rancios apellidos cofradieros son conocidos por sus sentencias a favor.

-¡Auuuuuuuuuuuuuuu!

Casos en los que, lamentablemente, se concibe la pérdida de la vara dorada como el inicio de un vacío que conduce no pocas veces a un estado melancólico y próximo a la depresión. Gente sin vida más allá del partido político, sí; pero también gente sin vida al margen de un mundillo tan ensimismado como el de las cofradías. También, sí. Gente sin currículo al margen del partido. Y al margen de las hermandades. A Susana Díaz no se le conoce un día de cotización en la Seguridad Social fuera de los cargos públicos. ¿Y cuántos de los que sacan cabeza como hermanos mayores tendrían un mínimo de mérito personal suficiente como, por ejemplo, para tener acceso con la fluidez que lo tienen a medios de comunicación públicos y privados? Otro poné: algunos por su trabajo jamás hubieran soñado con una entrevista a doble página en un periódico si no es por su cargo cofradiero o por su condición de pregonero de la Hermandad de la Patata. Esa degradación que lastra la política actual no es desconocida para el mundillo cofradiero. Los síntomas del mal son exactamente los mismos. Se toma como modelo la Transición, en la que profesionales de reconocido prestigio dejaron sus tareas para devolverle a la sociedad parte de lo que la sociedad les había dado, sacrificar unos años en beneficio de su país y volver después a sus cátedras, despachos de abogados, empresas privadas, institutos, etcétera. Alguna vez hemos recordado los apellidos de los hermanos mayores de los años sesenta y setenta, nombres muchos de ellos conocidos al margen de las cofradías, nombres con peso propio en la ciudad, a los que se recurría para prestigiar el gobierno de la cofradía, no al revés. Se hablaba y se habla de esos nombres, de su trayectoria y se apostilla "además le pidieron que fuera hermano mayor de tal cofradía". Hoy, ocurre al revés: "Oye, y este hombre que preside una cofradía tan importante, ¿de dónde saca el pan?"

Hoy, en muchos casos, han llegado a hermanos mayores quienes entonces no hubieran pasado de mayordomos segundos. Una persona que bien podría escribir la historia del Consejo de Cofradías comentaba hace poco: "En mis tiempos veía la asamblea de hermanos mayores y entre ellos estaban hasta ex alcaldes de la ciudad. Ahora hay veces que miro y no sé si es una reunión de la mutua de Radio Taxi".

Y en la política ocurre exactamente lo mismo. Ocurre en la política que quien vive de ella, necesariamente pega las dentelladas que hagan falta por mantenerse. Y sucede en las cofradías que quien se sostiene en la sociedad civil sólo por ellas, las concibe como un cauce para el carrerismo. Y aquí no debería haber más carrera que la oficial. En las cofradías, que tanto le gustan a Susana Díaz, hay muchos casos como el de ella. Por eso las campañas electorales de una cofradía han adoptado formas como las de los partidos: captación personalizada de voto, equipos de trabajo, comisiones de seguimiento durante la campaña, guerra por el acceso a los censos, reparto de bonos para aparcar y facilitar el acceso de los votantes a hermandades ubicadas en el corazón del centro, actos de presentación de candidaturas, pasquines y tarjetas con el programa electoral y las señas del candidato, etcétera. ¿Está claro o no que las cofradías no son ajenas a la sociedad en la que viven? Por cierto, ¿y lo de Susana ocurre también en el clero?

-¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuu!

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