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De víctimas a mártires

Ni una sola idea, ni una verdad, sólo mensajes de odio con único destino: España y su ruín democracia

En el horizonte exterior algunos nubarrones empiezan a despejarse: la rampante extrema derecha italiana gracias a su desmesurada ambición se ha despeñado, Boris Johnson ha recibido serias advertencias e incluso el inefable Trump, por primera vez, debe enfrentarse al filtro institucional de sus propios disparates. No es mucho, pero se vislumbra alguna claridad. Menos en España, donde no desperdician ocasión de mostrar su talante aquellos políticos que, por su cinismo nacionalista y falsas promesas, responden a los mismos estilos señalados antes. Por ejemplo, en el triste valle de lágrimas catalán, sus gobernantes continúan impávidos exhibiendo el manual de ofensas y agravios que las agencias de publicidad contratadas por la Generalitat habían aconsejado. Tenía razón Félix de Azúa, días atrás, al escribir en la prensa que toda la política independentista catalana de los últimos años ha respondido a una bien orquestada campaña de publicidad, encargada a profesionales del ramo bien remunerados con dinero del contribuyente. Ni una sola idea, ni mucho menos una verdad, sólo mensajes de odio con único destino: España y su ruín democracia. Y como buenos aprendices de brujos, los dirigentes separatistas se han atenido al guión, sin verse obligados pensar nada, lo cual hubiera podido acarrearles problemas. Ahora repasan las páginas del manual. Y del capítulo de víctimas se trasladan al de mártires, con el fin de continuar embaucando para que los creyentes de la utopía catalana puedan cultivar el gran sueño de sentirse solo catalanes. Se entra, pues, en un periodo de exaltación del nuevo martirologio independentista. Pero cabe sospechar que estas maniobras de narcisismo sólo buscan olvidar a las verdaderas víctimas de la privilegiada economía catalana en los dos últimos siglos. ¡Qué no cayó del cielo por merecimiento exclusivo! Fueron necesarios miles de charnegos para sacar adelante fábricas e industrias. Y, también, fueron necesarios interesados pactos ¡con el poder central! para conseguir prebendas proteccionistas que obligaban a los españoles a surtirse exclusivamente de textiles y productos allí elaborados. No se trata de ajustar cuentas con el pasado, pero sí de reaccionar y dejar de contemplar de manera resignada el exhibicionismo de un separatismo que, gracias a las simples consignas de un manual de publicitario, se autoproclama mártir de la represión española y olvida el dolor y la sangre de aquellas víctimas, las verdaderas, que fueron apremiadas a salir de unas tierras -sin inversiones- para que fructificasen las industrias catalanas.

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