Acción de gracias

La vida digital

Igual los que flirteamos tanto con el desastre deberíamos ser expulsados de internet, o fundar una red social alternativa

El otro día, mi amigo Salva puso un tuit que ilustraba con una vistosa fotografía y en el que aseguraba que en su casa practicaban "la multiculturalidad, y por eso comemos chino con gazpacho". El destino, si es que el destino se ocupa también de cuestiones gastronómicas, quiso que precisamente yo hubiese preparado salmorejo esa mañana, y que lo fuera a combinar con sobras de otro restaurante chino de la víspera, y había que inmortalizar la coincidencia. Activé la cámara del móvil, busqué un encuadre medianamente estético y respondí con otro tuit y esa imagen a Salva. Al revisar mi publicación me percaté con espanto de que en mi plato, junto a la comida, asomaba un pelo que dinamitaba mis pretensiones de resultar molón. Yo, que quería ir de hipster, de ciudadano del mundo, de abrazar la diversidad en la mesa, quedaba por accidente como un cocinero que incumplía las normas básicas de higiene, como, digámoslo claro, un guarro.

Entonces pensé en que los torpes no tenemos cabida en el mundo digital, que no damos el tipo en ese escaparate donde no interesan la debilidad ni la derrota y todos posamos como si fuéramos felices, jóvenes y hubiésemos triunfado en la vida. Imaginé también cuánto juego habría dado Peter Sellers si le hubiesen puesto delante de un ordenador, y recordé una situación bochornosa en la que me enredé el pasado año, en las semanas más duras del confinamiento, cuando hablábamos por Zoom con los amigos. En una de esas charlas, un colega que vivía en EEUU nos contó su interés romántico en alguien que se llamaba Auryn, un nombre que suscitó entre nosotros cierta burla porque pronunciado con acento texano nos sonaba a Orín, y yo tuve la estúpida ocurrencia de cambiarme la identidad en esa aplicación, de broma, para provocar algunas risas en mi pandilla. El problema es que tal como lo hice lo olvidé, y unos días más tarde asistía a una rueda de prensa virtual con representantes del cine andaluz y un nutrido grupo de periodistas. Y ahí estaba yo, rebautizado por mi antigua gracieta como, ejem, Orín de Todos los Santos. Tendrían que haberme visto cuando ya avanzado ese encuentro yo entré en pánico al descubrir mi extravagante apodo y procuré cambiarlo, nervioso y apresurado...

Igual los que flirteamos tanto con el desastre deberíamos ser expulsados de internet, o fundar una red social alternativa, donde no haya que fingir que todo va perfecto, ni exhibir el mejor viaje, ni presumir de habilidades. Las imposturas agotan. ¿Por qué no contamos que si un día ganamos un premio es porque perdimos muchos antes, que a veces hacemos platos incomibles, que hoy no sonreímos y tenemos un humor de perros? Deberíamos hacerlo. Todas esas pequeñas catástrofes son las que conforman la vida.

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