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Ignacio F. / Garmendia

La vida sigue igual

MIENTRAS los electos siguen empantanados en sus acuerdos o desacuerdos, en sus reuniones y sus cosas, el país, a juicio de los analistas, pierde un tiempo precioso por causa del bloqueo y la consiguiente parálisis legislativa. Los inversores, pobres, andan inquietos, no se afrontan las grandes reformas pendientes -por definición inaplazables- y mengua la proyección exterior, aunque no parece que este mundo ingrato nos eche demasiado de menos. Dicen las encuestas que los españoles están preocupados por la ausencia de un pacto que permita la investidura, pero sale uno a la calle -cuando sale- y encuentra que todo sigue igual, los bares están llenos a rebosar y las discusiones políticas, lejos de haber languidecido, son más animadas que nunca.

Al Gobierno autonómico, éste no en funciones sino formalmente constituido y en teoría a pleno rendimiento, se lo acusa de inactividad, pero tampoco por aquí abajo parece que haya cambiado nada -respecto de la inactividad habitual- y a la gente se la ve contenta o descontenta, como siempre. Seguimos, la mayoría, peor de lo que estábamos hace unos años, pero hay mil razones para quejarse y eso nos estimula y basta para ir tirando. Los ministros amortizados continúan en ejercicio durante la prórroga indefinida y el Congreso, aunque desmedrado, se reúne de vez en cuando, habrá o no habrá nuevas elecciones pero entre tanto nada nos define mejor que la admirable imperturbabilidad del todavía presidente, hombre proverbialmente relajado al que dan ganas de concederle -como a su homóloga andaluza, que si aquel renunciara podría asumir ambos cargos sin problemas- la magistratura vitalicia.

Los estados tienen ya poco margen, precisan resignadamente los expertos, por la cesión de soberanía a las instituciones comunitarias o por su dependencia de los poderes financieros, que imponen sus propias normas o adaptan las que haya a sus intereses. Alguien tiene que ocuparse de gobernar, claro, pero se diría que no hay prisa, no pasa nada por agotar los plazos y confiar en la inercia. Ya está aquí la primavera, pronto llegará el verano y no merece la pena que la incertidumbre nos agüe la fiesta. Después de todo, no se está tan mal sin Gobierno. Nuestros esforzados representantes, sin duda conscientes de la gravedad del momento, hacen lo que pueden y las tertulias son tanto o más entretenidas. Si los nacionalistas terminaran de liberar sus naciones y nos dejaran en paz, sería casi perfecto.

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