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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Ventana de la memoria

Juan Alberto Fernández / Bañuls

Este viejo nazareno del Silencio

HACE ya tanto tiempo que no se viste conmigo la túnica negra con el ancho esparto que yo le ayudaba a ceñir y a arreglar la cola para que los bajos no dejaran ver el pantalón arremangado sujeto por imperdibles que guardábamos de un año para otro. Siempre prestaba especial atención al escudo. Quería que estuviera exactamente situado sobre su limpio corazón de hombre, esposo y padre, porque vivía pendiente de esos pequeños detalles que son el alma de la tradición que deseaba transmitir a su nieto del que estaba orgulloso, como sólo saben estarlo los abuelos de Sevilla al verlos vestir el hábito nazareno de su cofradía, desde que lo apuntamos, recién nacido, en la nómina de la hermandad. Ese limpio corazón suyo que se rompió para siempre en una madrugada de finales de enero y que ahora reposa, ya terciopelo ajado, en la cripta que la archicofradía construyó para acoger la muerte de sus hermanos y que acogerá la mía para volver a su compañía acostumbrada hasta el fin de los tiempos.

Mi padre, mi hijo y yo sentados en los bancos del patio de luces tenues, esperando el fervorín y el llamamiento del secretario para incorporarnos a nuestros puestos con el silencio radical a cuestas, roto sólo por el eco lejano y desgarrado de la saeta a la Cruz de Guía, la que es titular de la Archicofradía de los Nazarenos de Sevilla y el erizado lamento de los pitos que nos señalaban el momento exacto del reencuentro con nosotros mismos y con cuantos, al correr de los siglos, habían vestido y asumido la túnica de la hermandad.

El tiempo implacable y silencioso se ha llevado a muchos de aquellos que nos acompañaban. A mi padre también. Y a don Antonio Martín de la Torre que me apuntó a la hermandad y me hizo nazareno de Sevilla. Pero mi memoria los guarda, esperando en el patio de los presagios a que se descorran los cerrojos de la eterna Madrugada de nuestras vidas.

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