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Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

¡Que vienen los nuestros!

ESTAMOS con Griñán", afirman quienes creen que algo va a cambiar y no quieren perder su parcela de poder. Durante las pasadas fiestas patrias, en Málaga, un aparcero político de escasa alfabetización abordaba a un conseguidor cercano al presidente y le pedía: "¡Dile a Pepe que estoy con él a muerte! ¡De toda la vida!" Atención: el mensaje es válido hasta el 13 de marzo.

Nada peor para el presidente que sucumbir a la adulación que le convierte en superhéroe antes de la batalla que muchos desean que gane para que nada cambie... Se suceden las adhesiones inquebrantables, que evocan la liturgia del caudillismo, tan lejos del análisis crítico y la ética de la democracia. Es el "cuerpo a tierra, que vienen los nuestros…". Ante un congreso socialista de vital importancia, sólo se advierten movimientos de ficha, tomas de posición, besamanos compulsivos.

La claridad de Griñán y sus buenas intenciones no bastan, como no le bastará a éste conseguir el liderazgo de su organización para invertir la deriva de las encuestas. Necesita ganar la opinión pública y, de momento, sus proyectos no llegan a una sociedad que, seguramente, está pidiendo el mismo cambio que él preconiza. No está mal que todos los suyos estén con Griñán, pero Griñán, para marcar un rumbo nuevo, no puede estar con todos.

Dentro de un margen de maniobra limitado, el presidente andaluz parece dispuesto a asumir la cuota de riesgo que le corresponde ante el horizonte de 2012, tan importante para él como para Rodríguez Zapatero. En poco más de dos años, competerá a este último dar señales ciertas de la salida de la crisis, mientras que Griñán deberá iniciar la reforma de la Administración autonómica y la modernización política. Esto es, la lucha contra la corrupción, la democratización del partido y su acercamiento a la sociedad civil más vigorosa, sin olvidar la transparencia informativa y un discurso armado con argumentos nuevos. Para entendernos, glasnost y perestroika.

Agitar una sociedad adormecida para reincorporarla a la vida política. Arrojar el lastre de las cuotas de familias y territorios, más propias de la democracia orgánica, y buscar capital humano en las fuentes naturales de la meritocracia. Jubilar a quienes con su ignorancia e incompetencia, abuso de posición, cacicato o malversación de la confianza prestada, han envilecido la representación política. Rescatar la televisión pública y mejorar, con otra imagen de Andalucía, la autoestima de los jóvenes. Acabar, en fin, con una retórica que sirvió para arrullar durante mucho tiempo a casi todos y que, ahora, ya no dice casi nada a la mayoría.

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