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La ciudad y los días

carlos / colón

Un viernes más en San Lorenzo

HOY, primer viernes de septiembre, no notará nada. O casi nada. Se han dicho ante Él cuatro misas diarias de lunes a sábado, y cinco los domingos, desde el uno de junio al 31 de agosto. Su Basílica no ha alterado su horario de apertura: ocho horas y media todos los días. Y ha tenido todos los viernes su Miserere. Es cierto que desde el uno de septiembre tiene seis misas diarias -más que la Catedral- y que los viernes no cierra al mediodía, permaneciendo abierta su Basílica desde las 7.30 de la mañana hasta las 10 de la noche. Pero esto poco le supone. Matices menores. Porque si su Hermandad ha mantenido ejemplarmente los cultos y el horario de apertura durante julio y agosto, los devotos han mantenido también ejemplarmente su fidelidad.

No le han faltado ni un solo día de agosto oraciones en forma de largas miradas; devotos sentados para hacer silenciosa tertulia con Dios, como si los bancos de la Basílica fueran los de una plaza de pueblo; besos en el talón; fraternidad de espaldas quebradas por la vida entre la del Señor y las de quienes se detienen en el camarín para contemplar al portentoso derrotado que da las fuerzas que parecen flaquearle a Él. No le han faltado un solo viernes claveles en la peana ni papelitos bajo ella, en ese muro de las lamentaciones sevillano que es el basamento de mármol que sostiene el peso intolerable de esa tan divina ruina humana -espina, sangre, cansancio, zancada, tierna tristeza en la mirada- que es el Señor del Gran Poder.

No hubo agosto en San Lorenzo. Allí todos los días son viernes y todos los viernes son santos. Perdimos muchos cielos, pero éste nunca lo perderemos. Y por eso nunca nos extraviaremos; al menos del todo. Conocemos el camino de vuelta, si nos perdiéramos. Las calles que conducen a Dios, en Sevilla, tienen nombre. Ya sabemos que Dios vivo está en los Sagrarios. Pero este Señor nuestro es el que llama a los descarriados y sale a buscarlos una Madrugada al año. Este Señor de Sevilla es el que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Este Señor del Gran Poder es el que respondió, cuando le reprocharon que comiera con pecadores y publicanos: "No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal". Sabiéndolo, a Él acuden los sevillanos día tras día, no para que les quite sus cruces, que allí no se busca magia milagrera, sino para que las bendiga y les enseñe a llevarlas como Él lleva la suya.

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