Hoy, Viernes de Dolores, se celebraría la Función del Valle -y jamás, admirado Juan Sierra, han recogido su tristeza tantos espejos- y el Señor pisaría el suelo de Sevilla aplastado por la cruz invisible del dolor y el pecado. Nunca, desde la guerra, ha sido más morada una Cuaresma ni tan de dolores este viernes. Es tiempo de Réquiem. A la Esperanza elevo hoy su Introito -"Que la luz perpetua los ilumine"- porque ella es la luz que sigue encendida cuando todas se apagan. La que fue primer sagrario resplandece en la oscuridad como las luces de los sagrarios brillan en las iglesias ahora vacías y oscuras.
No es casualidad que la oración a la Virgen que el papa Francisco ha escrito para estos tiempos oscuros empiece en macareno: "Tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y esperanza". Lo leo y veo a la Esperanza, no en la luz de la mañana del Viernes Santo, sino en la oscuridad de la Madrugada, enfilando Feria desde los altos colegios, resplandor en la noche, carro de fuego, luz eterna, sol de medianoche, hoguera que hace hogar hacia la que tendemos los corazones como los armaos -¿verdad Fernando, Pedro, Esperanza, Miriam?- tendían las manos a las candelas de los bidones en el viejo mercado de la Encarnación. También está en la oración del papa el Viernes Santo por la mañana, de Feria a Resolana: "Tú, Salvación del Pueblo Romano, proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda regresar la alegría y la fiesta después de este momento de prueba". Porque alegría y fiesta -"cuando ayunen no pongan cara triste como hacen los hipócritas" dijo el hijo de la Esperanza- son los dones macarenos que la Esperanza reparte esa bendita mañana.
Como si bajara por calle Feria dice el Papa a continuación: "Nos encomendamos a Ti, que ante la Cruz fuiste asociada al dolor de Jesús manteniendo firme tu fe". Y veo a la Amargura en la foto del cajón, más ella que nunca, manteniendo firme su fe en lo más hondo del dolor. De Amargura a Esperanza y de Esperanza a Amargura vamos y venimos estos días devastadores. Más que nunca, la vida es calle Feria.
Tras el Introito, el Kyrie. Termina el papa su oración con esas palabras que tanto suenan a Gran Poder: "Ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y nuestros dolores para llevarnos, a través de la Cruz, al gozo de la Resurrección". Señor, ten piedad. Sea nuestro corazón la tierra que pises esta noche.
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