El medio centro

Carlos Izquierdo

La virtud de no dar

España no se frena a la hora de pedir Mundiales y Juegos, aunque FIFA y COI eligen países emergentes

LA FIFA decidió el pasado jueves no conceder a España y Portugal la organización de la Copa del Mundo de Fútbol del año 2018 más o menos con la misma fórmula utilizada el año pasado por el Comité Olímpico Internacional para no conceder a Madrid la organización de los Juegos Olímpicos de 2016. En esta ocasión, la asociación futbolística concedió el honor a Rusia, un país que nunca en la historia ha albergado un Mundial. En aquella ocasión, el estamento olímpico otorgó el honor a Río, una ciudad perteneciente a un continente al que nunca jamás llegaron los Juegos.

En ambos casos, la decisión responde a criterios puramente objetivos. Muchos dirán que ni Rusia ni Río poseen infraestructuras suficientes para albergar tales acontecimientos, que España y Madrid aprobaron con sobresaliente los dictámenes técnicos y que podrían celebrar Mundial y Juegos mañana mismo, bla, bla, bla… Nada de eso importa. Lo que interesa a FIFA y COI es universalizar el negocio, llevar Mundiales y Juegos a economías emergentes, obligar a esos países a crear infraestructuras que generen empleo y faciliten un tejido social e industrial que empuje al crecimiento del país. Lo mismo que sucedió con Sudáfrica en 2010. Lo mismo, sí, que ocurrió con España en 1982 con Naranjito y en 1992 con Cobi.

Estas cuestiones no parecen frenar a federativos y políticos en su carrera por seguir pidiendo Mundiales, Juegos Olímpicos y quién sabe cuántos torneos internacionales. Fuera de nuestras fronteras sorprende que España se apunte a querer organizar unos Juegos sin que hayan pasado ni 20 años todavía de los de Barcelona. Sorprendió incluso más que insistiera tras perder ante Londres aun sabiendo que los aros no volverían a Europa. Eso, lejos de aquí, no sólo no es bueno, sino que incluso fomenta cierto cachondeo. Y así, resulta que es fuera de España donde mejor aplican el viejo refrán doméstico de que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar.

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