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antonio brea

Historiador

La virtud del diletante

Ledesma Ramos no se libró de la ira de los milicianos, que lo fusilaron sin proceso alguno

Al igual que ocurre en otras parcelas del saber, es un hecho que somos multitud, entre quienes hemos ganado a pulso un título de historiador, los que abandonamos prematuramente el camino de la investigación para concentrar nuestros esfuerzos en la difusión del conocimiento entre las nuevas generaciones. Decisión a menudo adoptada, no tanto por una inclinación natural a la docencia y un desinterés hacia los archivos, como por la abundante oferta de plazas en los institutos de educación secundaria. Realidad que nos animó a opositar a un ejercicio funcionarial socialmente imprescindible, en lugar de sacrificar los mejores años de la juventud para perfeccionar nuestras habilidades metodológicas por medio de la elaboración de una tesis.

Lo que sí podemos señalar, en cambio, como peculiaridad propia de nuestro campo, es la relativa facilidad con la que personas carentes de formación específica y practicantes de los más diversos oficios, contribuyen a la literatura histórica. Osadía que les supone ser frecuentemente señaladas con razón, por los profesionales del ramo, como culpables de intrusismo o diletantismo.

Existen, no obstante, ejemplos positivos de la aportación de estos aficionados, a los que, entiendo, debe valorarse individualmente según sus méritos. Entre ellos se encuentra un paisano autodidacta y amigo personal que es, sin duda, uno de los mayores expertos actuales sobre las fuentes para el estudio de la figura de Ramiro Ledesma. Lo que debe a su pasión por los libros, que abarca las más variadas temáticas, y a su envidiable tesón a la hora de localizar textos y documentos sumidos en el olvido.

Discípulo de Ortega y Gasset y colaborador habitual de prestigiosas publicaciones como la Revista de Occidente y La Gaceta Literaria, Ledesma fue una joven promesa de la intelectualidad de su tiempo antes de consagrarse, desde 1931, a la ingrata aventura de la política, alumbrando una ideología novedosa a la que bautizó con el nombre de nacional-sindicalismo. Un incipiente corpus doctrinal que, tras su temprana fusión con el falangismo de José Antonio Primo de Rivera, dio lugar a un movimiento que llegó a influir considerablemente en la vida española, durante décadas, bajo la interesada tutela de Franco.

Pese a haberse desligado enseguida del ente cuya fundación impulsó, a causa de divergencias con la línea de actuación emprendida por el carismático abogado madrileño, no se libró el filósofo zamorano de la ira de los milicianos que lo fusilaron en octubre de 1936, sin mediar proceso judicial alguno.

Esta víctima de nuestra última contienda civil, tan odiada por un bando como incómoda para el otro, es el objeto de un reciente lanzamiento editorial: la voluminosa obra colectiva, enriquecida por un parcialmente inédito apéndice fotográfico y documental, titulada Ramiro Ledesma Ramos, un entendimiento español. Y de la que doy cuenta por ser uno de sus compiladores un sevillano de Triana, al que conocí hace muchos años mientras prestaba su servicio militar, apellidado Jiménez Galocha.

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