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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El virus no está ya en nuestras vidas

Nos rozamos de nuevo en la barra de los bares por mucho que el presidente, contagiado, nos advierta que el virus sigue

Si el hombre del siglo XXI vive como si fuera inmortal, el de la post-pandemia ni siquiera espera a la erradicación del virus para hacer el indio. Seguro que a usted ya le han empujado en la barra del bar, se le arriman en el autobús más que Pablo Alfaro a Messi y le echan el humo del cigarro desde el velador de al lado. La carne es débil y la memoria muy frágil. Asistimos al contagio del presidente de la Junta como un episodio natural, sin importancia y del que todos tenemos la certeza que saldrá estupendamente. Planificamos ya el verano con toda normalidad, sobre todo con la vieja normalidad que es la buena. Renunciamos a la nueva porque aquello fue una cantinela que oímos en esos días horribles como el que oye llover, con la seguridad de que escampa y sale el sol.

Para nosotros, hombres del siglo XXI con derecho a todas las comodidades, ya ha salido el sol. En los restaurantes vuelve a hacer ruido, se oyen carcajadas y hasta hay reservados en los que se fuma. El vivo al bollo, mejor si es mollete de Antequera, y ya recuperaremos los funerales que perdimos. Pasas con la mascarilla por una plaza y tienes la sensación de hacer el canelo porque ninguno de los clientes sentados tiene puesto el bozal. Te invade un ambiente de Jauja, mientras consultas los porcentajes de vacunación en España que no llegan al 40%. Somos un rebaño sin inmunidad mientras aguardamos la inmunidad de rebaño. La verdad es que no dábamos un duro por mejorar como sociedad después de cuanto hemos sufrido. Aquí se trataba de esperar, echar el balón hacia adelante con la mayor fuerza posible y a volver a ser lo que fuimos, como buenos andaluces. El gran palo como sociedad vendrá con el final de los ERTE, cuando haya que pagar la cuenta de este largo invierno de pandemia.

Ahora estamos asistidos por la respiración artificial, nos consolamos en los bares, podemos escaparnos a las playas cercanas y hasta tenemos experiencia en salir por las noches a base de cubos de botellines y marisco barato porque para eso aprendimos en la crisis de 2007. Nos dice el presidente que el virus no se ha terminado, pero nos da exactamente igual. Probablemente porque no podemos más. No queremos saber más que la fecha de la vacunación y a seguir viviendo. No podemos con más amarguras porque somos débiles, reconfortados en el mullido sofá de un mundo de comodidades donde hemos tenido todo a nuestro alcance. El virus nos cogió por sorpresa. Pero no nos cambiará por mucho que sea nuestra guerra. Una guerra con Netflix y comida a domicilio no es guerra.

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