La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

...Y no volvieron más

Hay que mirarlo todo como si fuera la primera o la última vez. Así tu paso por la tierra estará repleto de dicha

P style="text-transform:uppercase">asó la Nochebuena. Pasó el día de Navidad. Pasó el primero de año. Pasó la Cabalgata. Pasó la noche más feliz -la más atravesada por la impaciencia ilusionada junto a la del Sábado de Pasión- de Sevilla. Pasó la mañana más alegre -junto a las del Domingo de Ramos y la del Viernes Santo en calle Feria- que vive la ciudad. Pasó ese Sábado Santo de las Navidades que es la noche triste del seis con las iluminaciones de las calles apagadas y los contenedores rebosantes de papeles y cajas que se rasgaron y abrieron con tanta ilusionada impaciencia. Toca desmontar. El árbol a su caja, las frágiles bolas, bien envueltas; los corchos en sus bolsas, las figuritas resguardadas entre papeles de seda.

En los recios tiempos antiguos se cantaba un villancico que decía: "La Nochebuena se viene, / la Nochebuena se va, / y nosotros nos iremos / y no volveremos más". La cultura popular que conocimos quienes ya tenemos unos cuantos años era crudamente realista, pero también seria y vitalmente optimista a su manera. Este villancico se cantaba en los días felices que celebraban el nacimiento de Dios porque se sabía dónde y con quien estaban aquellos a cuyos nombres se añadía "que en Gloria esté", "que Dios tenga en su Gloria" o "que en paz descanse". A nadie se le ocurría esa gilipollez de "donde quiera que esté", que está contaminado incluso a los creyentes. Porque el "no volveremos más" no quería decir que no se siguiera existiendo. Por eso se podía cantar en plena alegría navideña, niños incluidos, algo tan realista y tan recio, pero no desesperanzado. Y la esperanza, por mucho que el gran Ernst Bloch quisiera trasladarla al marxismo y a otras utopías en su monumental El principio esperanza, es una virtud teologal cristiana.

Saldrá el árbol de su caja, se desenvolverán sus adornos, volverán a formarse las montañas de corcho, saldrán las figuritas de entre los papeles de seda, volverá a vivir la Navidad que ayer se nos fue. Y nosotros la viviremos aquí o en la presencia real de quien nació hace dos mil años, allí donde no hay adioses, ni lágrimas, ni olvido. Nada de desesperanza, pues, sino lección vida es lo que hay en este villancico que tan a lo vivo representa la fugacidad de las cosas. Es la lección que repetía la abuela Rommely en Un árbol crece en Brooklyn: "Hay que mirarlo todo como si fuera la primera o la última vez. Así tu paso por la tierra estará repleto de dicha".

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