UN socialista pata negra como Del Valle, de la quinta de Felipe y la foto de la tortilla, con la auctoritas de ocho años como alcalde en el mejor periodo de su partido, le hizo a Monteseirín tal faena de toreo de salón (de La Raza) que lo deja en suerte para que le den la estocada desde la dirección del PSOE. Es de salida a hombros su intervención en los almuerzos informativos con ex alcaldes de Sevilla. Tal fue la sensatez en su análisis de la ciudad que resulta difícil no estar de acuerdo con él. Es lo que tiene idealizar el pasado cuando se compara con el presente municipal.

La única contradicción en sus argumentos es reprocharle a Monteseirín su apego al poder por encima de ocho años en el cargo cuando Del Valle también hubiera estado tres mandatos (a buen seguro revalidaba en 1991 la mayoría absoluta) de no ser porque en su partido le quitaron del cartel electoral porque le tildaban de poco mediático y en exceso serio, y culparle de tener la ciudad patas arriba con obras (y cómo iba a estar si se avecinaba la excepcional hora de la Expo 92), para equivocarse poniendo a Luis Yáñez en busca de votos y provocar el mayor fiasco político del quinto centenario cuando el caso Juan Guerra generaba la primera oleada de desencanto en los simpatizantes de izquierda.

No hay parangón entre la verdadera transformación de Sevilla durante la era Del Valle, a partir de un nuevo PGOU, con la carísima y errónea cosmética modernizadora de Monteseirín, teniendo en su mano otro PGOU para el salto de calidad. Los recados que le manda Del Valle sobre los casos de corrupción, el sinsentido del rascacielos o el vacío de poder en favor de IU son cargas de profundidad que tienen mucha más credibilidad viniendo de quien vienen. Del Valle respira por la herida de ser testigo y víctima de la política entendida como arribismo. Pero con la lucidez, finura y perspectiva contrastadas para impartir desde La Raza la lección magistral del curso político 2009 en Sevilla.