Soy vicepresidenta en Andalucía del Consejo Español en Defensa de las personas con Discapacidad y Dependencia, y recibo correos de padres de alumnos con necesidades educativas especiales, expresándome que, después de la involución psicosocial que supuso para sus hijos el durísimo confinamiento (por la carencia de terapias que sólo podían recibir en sus centros educativos), su preocupación se ha incrementado cuando su retorno al ciclo escolar deben hacerlo en autobuses de pequeñas dimensiones facilitados al respecto por la Administración autonómica, compartidos cada uno de ellos por veintitantos chavales a quienes sus respectivas patologías (dificultad respiratoria, expulsión de babas...) les imposibilitan hacer uso de mascarillas, con el elevadísimo riesgo de contagio que conlleva su hacinamiento, sin la mínima separación que requiere la prevención de seguridad por la pandemia.
Pónganse en su lugar y tengan a bien ejercer un periodismo comprometido, publicando estas líneas que envío a modo de denuncia de la vulnerabilidad de este colectivo abandonado a su suerte que dirijo abiertamente a la Consejería de Educación y Deporte, con competencia en este inaplazable asunto, que podría solventar fácilmente dotando a estos alumnos de autobuses con mayor espacio.
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