Cuando pase el tsunami de la pandemia que nos tiene encerrados y recibamos el alta de confinamiento vamos a ver la vida de otra manera. El día que podamos salir a la calle y pisar el suelo de nuestros pueblos o ciudades lo haremos con muchísimo cuidado, como si fuera la primera vez, como si estuviéramos estrenando una libertad que se nos ha negado por decreto, por el bien común y como mal menor para evitar la ola de contagios. Quienes hayan podido salir airosos del penoso trance por el que hemos transitado bendecirán la tierra y no querrán volver a casa.

Poco a poco se irán llenando las calles con personas que empezarán a mirarse desconfiadamente pero que acabarán abrazándose como si se tratara de viejos amigos que vuelven a verse después de mucho tiempo. Sonreiremos y daremos gracias infinitas, cada mañana al despertar, por respirar, por vivir. Y cuando pasen unos meses y todo vuelva a la cotidianidad, no debemos olvidar nunca que hemos sido unos afortunados por haber salido indemnes de una tragedia que se ha llevado por delante muchas vidas y que debe servirnos para ser más solidarios y mejores personas cada día. 

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