La decisión de mi hija de salir de la región a estudiar la carrera no me gustó en absoluto, pero, como tantas madres y padres, tuve que aceptarla. En cualquier caso, teníamos que hacernos cargo de los gastos de alojamiento y manutención, aparte de los académicos, pues en mi ciudad no existe ninguna facultad de la especialidad de estudios que ella había elegido. Así que se fue a Sevilla.

Mi hija padecía entonces un trastorno en la conducta de la alimentación que se agravó cuando, debido a la distancia, ya no fue posible nuestra atención constante y diaria. En un momento crítico, cuando la enfermedad se volvió severa, debimos ingresarla en Sevilla, en un centro especializado en este tipo de alteración mental, en donde estuvo ingresada durante cuatro meses y otros dos en la modalidad de hospital de día, con un seguimiento a base de terapias que todavía, de manera más esporádica, mantiene.

La Universidad de Sevilla, a través del seguro escolar que se abona casi imperceptiblemente al cumplimentar la matrícula, se hizo cargo de más de la mitad de todos los gastos derivados de su tratamiento, que incluía el cuidado por parte de un equipo competente de médicos, enfermeras, nutricionistas, psicólogos y psiquiatras, además del control sobre las cinco comidas del día y la supervisión y vigilancia, sobre todo al principio, de determinados comportamientos propios de este tipo de patología.

Si mi hija se hubiera quedado en Extremadura, su curación habría sido casi imposible y el diagnóstico se hubiera llevado a cabo en el área de Psiquiatría del hospital de mi ciudad, donde habría compartido tratamiento con otros enfermos con dolencias psíquicas de distintos orígenes. Actualmente hay un buen centro de atención a enfermos con trastornos de la alimentación, pero carece de los recursos suficientes para ofrecer un servicio completo y necesario para la recuperación de estos pacientes que, además, no reciben ningún tipo de ayuda ni por parte de la administración ni de otras entidades.

Por eso, quiero dar las gracias al centro Ita ABB, a la Universidad de Sevilla y a los profesores de la Facultad de Estudios Alemanes por haberle facilitado a mi hija los mejores recursos médicos y académicos.

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