Quizás se me pueda considerar un “neomoderado” como dice Carlos Navarro Antolín en su sección de este periódico, La Aldaba, del día 5 de septiembre. Otros le llaman “equidistancia”. Yo no me considero equidistante salvo porque siento la misma aversión por todos y cada uno de los grupos políticos del Congreso, desde la ultraderecha de Vox y el aznarismo del PP de Casado al arribismo del PSOE de Sánchez, la seudoizquierda bananera de Iglesias y el nacionalismo carlista de catalanes y vascos.

No comprendo cómo la izquierda puede considerar progresistas a los partidos nacionalistas aunque hablemos de Bildu o ERC. El nacionalismo defiende privilegios de élites, económicas o funcionariales. Se preguntarán por qué no hablo de Ciudadanos. Confiaba en ese partido, que se decía de centro en sus principios, incluso socialdemócraata, para que apoyando a PP o PSOE, según el caso, evitara los pactos con nacionalistas pagados a precio de oro. Pero Rivera se tiró al monte y se cargó el partido.

Ante esta variada oferta política, ¿cómo una persona sensata puede decantarse por una opción? Yo no confío en ninguna, por lo que tenía dos alternativas en las elecciones pasadas: abstenerme, cosa que considero una invitación a los enemigos de la democracia, o votar en blanco, que significa “estoy de acuerdo con la democracia pero los candidatos me parecen unos cantamañanas y prefiero no votar a nadie”.

Se imaginan ustedes que tras unas elecciones generales el voto en blanco fuera del 60%, pongamos por caso. Nuestros políticos, caso de tener vergüenza y sentido de Estado, lo cual es mucho pedir, tendrían que dejar paso a gente con vocación política, con experiencia y prestigio profesional en la empresa privada o pública, no amamantada en las “juventudes” de los partidos y educados para seguir al líder acríticamente.Bueno, ésta es la opinión de un neomoderado. 

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