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Felipe del Pozo

Sevilla, ese gran cenicero

Esta mañana, cuando volvía a casa, observé cómo uno de mis vecinos tiraba una colilla a la calle desde su balcón, situado en una primera planta. ¿Un vecino “guarrete”? ¿Un caso extremo? La verdad es que Sevilla (y otras muchas ciudades) tiene aceras y calles repletas de colillas, no creo que nadie pueda decir que exagero. Tampoco creo que nadie pueda negar que es un gesto habitual de bastantes, no de todos, fumadores tirar la colilla al suelo sin prestar mucha atención al lugar donde vayan a parar.

Ellas se encuentran por todos lados, se cuelan por las rendijas, están en los parques, en los jardines, se reúnen como en rebaño en las terrazas de bares y sus cercanías. Aviso de que no soy un ejemplo intachable en cuanto a la conservación de la limpieza de los lugares públicos, aunque como no fumo ni tengo mascota (perro) no participo en esta sistemática labor de ensuciamiento con cigarros ni cagarrutas. Tengo otras vías, aunque me controlo todo lo que puedo, cada vez más. Será la edad, que me he vuelto algo maniático, y lo de las colillas me puede.

El origen de la obsesión quizás se encuentre en una noticia que leí este verano y que ahora estoy revisando en internet: en Portugal se multará a las personas que tiren colillas al suelo (entre 25 y 250 euros) y a las empresas obligadas a colocar ceniceros en la vía pública que no lo hagan. ¿Será ésa la solución? 

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