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Fernando Mimbrero

Sevilla

Una clase política a la deriva

En un país en el que sigue vigente, más que nunca, lo de “las dos Españas” de Machado, resulta más apremiante la responsabilidad, el sentido común y la moderación en la gestión política. Lo contrario sería tirar por “la calle de en medio”, como desgraciadamente hace un partido radical y sectario que gobierna con tan sólo 35 diputados. Y lo hace con el silencio cómplice del partido mayoritario en el Gobierno, encabezado por un presidente que salió por la puerta de atrás y que ha vuelto para lo que estamos viendo y padeciendo, día tras día.

Sabiendo de sobra cuáles eran sus objetivos políticos, supo maniobrar lo que hiciere falta para no tener que salir, de nuevo, de la Secretaría General. Como humano, por la humillación pública que hubo de soportar, lo puedo entender. Como servidor público, y con las responsabilidades que tiene, jamás. Ha posibilitado el crecimiento inusual de una extrema derecha que, hasta entonces, estaba desaparecida. Un extremo aparece cuando revoluciona el tablero el otro extremo.

Es como si se citaran dos grupos ultras opuestos en los aledaños de cualquier estadio. Lo que sí me sorprende, ante esta deriva, son los silencios de Fernández Vara, García Page, Lambán o Susana Díaz, entre otros socialistas insignes y con peso en el partido. ¿Tan suculento es el pesebre? Aún recuerdo las palabras de Susana a su, hoy, presidente en el debate que mantuvieron para optar a la Secretaría General del PSOE. “No mientas, cariño”, llegó a decirle públicamente.

Como simple ciudadano de a pie, echo de menos, en estos momentos tan graves, un tender la mano de verdad, no de cara a la galería, como supieron hacer políticos tan cualificados en una situación, tal vez, más peligrosa que ésta, con ruido de sables incluido, y con las heridas, aún frescas, de una reciente guerra civil, como Simón Sánchez Montero, ideólogo del PC, Solé Tura, Nicolás Sartorius o Ramón Tamames, por nombrar algunos.

Nunca creí que la clase política, en general, llegara a estos extremos de podredumbre, sectarismo y revanchismo. Y no tiene que ver la ideología de cada cual. Ahí tenemos al lado a Portugal. La pasada legislatura gobernó una coalición del partido socialista y comunista.

Con un presidente de República conservador. Y ha llegado a ser de los países de la UE que más han crecido, viniendo de un atraso secular. Hoy gobierna, en solitario, el Partido Socialista portugués y siguen creciendo. No es cuestión de ideología, sino de políticos con sentido de Estado sin que les nuble la razón el sectarismo. 

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