Los políticos y los expertos llevan un año proclamando que no hay otro remedio a este desastre que las vacunaciones en masa. Lograr el antídoto era el gran reto y los ciudadanos de todo el mundo exigían sin duda alguna conquistarlo rápido. Cuando por fin llegó el suero milagroso, en un tiempo récord, germinó una legión de escépticos e inconformistas que pusieron en duda su eficacia.
Así son los tiempos. Ahora que con las primeras inoculaciones queda demostrado que los casos graves disminuyen, algunos hospitales respiran aliviados y la muerte ya no visita con tanta frecuencia los geriátricos, no hay forma humana de fabricar y distribuir dosis en cantidades suficientes. Al menos para Andalucía, para España y para sus socios comunitarios.
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