En política, como en la vida, no hay nada novedoso. El pasado octubre de 2020 el líder del partido de moda, Vox, durante el debate de la moción de censura en el Congreso de los Diputados, nombró a todas y a cada una de las víctimas de ETA como réplica a Mertxe Aizpurua. Sin embargo, les tocaba recibir a ellos de su propia medicina cuando presentaban una propuesta sobre violencia intrafamiliar para eliminar la actual ley de violencia de género. Todo el hemiciclo, con excepción de PP y Ciudadanos, contestaba a la propuesta nombrando a las 1.008 víctimas de las que hay registro desde que se aprobó dicha ley por el PSOE. Como si de una técnica sofista se tratara, ambos perfiles se han servido de la desgracia para hacer política. Como si de carroñeros se tratara, se abalanzan para ganar un puñado de votos sobre las víctimas. Ante esto, el eterno debate: ¿todo vale? Está claro que aludir a lo que fue un problema o incluso a lo que sigue siéndolo, en el caso de la violencia machista, para resolver lo que es otro problema en la actualidad no se trata de técnica sino de instrumentalización. 

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