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La Constitución de todos los españoles

Tras muchas de las peticiones de reforma constitucional se esconde el deseo de abrir un nuevo y radical proyecto constituyente

Un año más, los españoles celebramos el Día de la Constitución, la ley fundamental gracias a la cual nuestro país ha alcanzado las cotas más altas de democracia y prosperidad de su historia. La celebración tuvo un sabor agridulce. Por una parte, una serie de partidos quisieron boicotear con su ausencia el acto de celebración en el Congreso de los Diputados. Era lo esperado con un Parlamento donde un tercio pone en duda el texto constitucional. Así, las formaciones independentistas o nacionalistas -algunas de ellas, tradicionales aliadas de grupos terroristas o con sus líderes en prisión por graves delitos como sedición y malversación- se negaron a acudir al tradicional discurso de la presidenta del Congreso, Maritxell Batet. Sin embargo, por otra parte, sí se pudo constatar definitivamente el acercamiento de Unidas Podemos a posturas constitucionalistas, algo que según algunos es mera apariencia, pero que al menos ya denota una cierta maduración y desradicalización del partido de referencia de la izquierda populista. En Podemos se ha pasado de la impugnación completa de la Constitución y de lo que llamaban el "régimen del 78" a una reivindicación de la misma, aunque siempre indicando que sus aspectos más sociales están sin cumplir. Se ve que tanto la cercanía del poder como la constatación de la alta valoración que la mayoría de los ciudadanos tienen de la Constitución ha surtido su efecto.

Nuestra Carta Magna cumple un año más sin que se hayan apagado las voces de los que quieren reformarla de tal forma que resulte irreconocible. Y es que a pocos se le escapa que tras muchas de las peticiones de reforma constitucional se esconde el apenas disimulado deseo de entrar en un nuevo periodo constituyente que finiquite el gran abrazo que se dieron los españoles en el 78 después de más de un siglo plagado de revoluciones, dictaduras y otros desastres políticos. La Constitución, como cualquier texto jurídico, no es eterna y puede reformarse, pero siempre desde la lealtad y cuando haya un consenso muy mayoritario. Lo que no se puede tolerar es que para que una serie de minorías cumplan sus fantasías ideológicas radicales o alcancen la tierra prometida de patrias que nunca existieron, el conjunto de los españoles tengamos que desfigurar (que es lo que se pretende más que reformar) nuestra ley fundamental. La Constitución sigue siendo una herramienta útil para la convivencia democrática. Otros proyectos, sin embargo, supondrían una vuelta a políticas medievales identitarias o utopías de pesadilla.

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