El rey Felipe VI cumple el próximo martes su cincuenta aniversario con la satisfacción de haber remontado la crisis en la que cayó la institución monárquica y que obligó a su padre, el actualmente rey emérito Juan Carlos I, a abdicar en junio de 2014. Pese a su indudable alta preparación académica, muchos vivieron la llegada del nuevo Monarca como una incógnita, pues el ejercicio de un poder tan sutil y simbólico como es el de un rey constitucional no es fácil de ejercer, más en una época de graves tensiones sociales generadas por la crisis económica y con una parte de la clase política, la ubicada en la izquierda populista, retomando el viejo discurso republicano y poniendo en duda, incluso, la misma legitimidad de la Corona. Sin embargo, Felipe VI ha sabido ejercer la jefatura del Estado con madurez y habilidad, demostrando que hoy por hoy la Monarquía sigue siendo una institución que, además de estar plenamente legitimada por la Constitución de 1978 -votada por la inmensa mayoría del pueblo español, no se olvide-, dota al conjunto de la nación española de arraigo histórico, unidad y estabilidad.

Cuando las Cortes Generales lo proclamaron Rey, Felipe VI adquirió el compromiso de que daría a los españoles una "monarquía renovada para un tiempo nuevo". Y ha cumplido. Pese al corto periodo que lleva de reinado y a que ha tenido que lidiar con problemas tan graves como el caso Nóos (un torpedo en la línea de flotación de la Corona) o la crisis catalana, Felipe VI ha sabido regenerar y modernizar profundamente la Monarquía al tiempo que encaraba los graves problemas políticos de España. Su discurso del 3 de octubre de 2017 para frenar el golpe secesionista de la Generalitat será recordado por muchos españoles como el día en el que comprendieron que el Rey, lejos de ser un jarrón chino, es un elemento fundamental en el correcto funcionamiento de la España actual.