Vandalismo contra las restricciones

No se trata de exonerar a los vándalos de su responsabilidad, pero es evidente que la precariedad que sufre la juventud actual es un caldo de cultivo para el radicalismo

En los últimos días estamos asistiendo a la proliferación de altercados violentos y nocturnos en un buen número de ciudades españolas y andaluzas. Sevilla, Málaga, Granada, Madrid, Logroño, las tres capitales vascas, Murcia, Igualada, Ceuta, Ibiza, Santander, Alicante o Guadalajara han sido escenarios de no pocos actos de vandalismo provocados por jóvenes radicales que dicen protestar contra las restricciones de movilidad y reunión decretadas para contener la pandemia del coronavirus, cuya actual virulencia tiene en vilo a Europa. Según sus intereses políticos, unos culpan de los desmanes a la extrema derecha y otros a la extrema izquierda. La Policía, por su parte, sospecha que hay miembros de ambas tendencias involucrados en la agitación callejera. Por ahora, son movilizaciones casi anecdóticas, que apenas reúnen a un centenar de personas por ciudad, pero su virulencia y las imágenes impactantes que generan (contenedores de basura ardiendo, cargas policiales, etcétera) ha hecho que capten la atención de los medios de comunicación. Sin embargo, más allá del impacto real y del teórico motivo que provoca estas algaradas, sí habría que reflexionar sobre el malestar creciente en una juventud a la que se le están cercenando todas sus posibilidades de futuro, sumida en el paro o sometida a unos salarios de hambre. No se trata de exonerar de su responsabilidad a los vándalos que destrozan las ciudades y agreden a los agentes del orden, pero sí de apuntar que una generación que está condenada a la frustración siempre será caldo de cultivo para el radicalismo político y social. La precariedad laboral y vital de la juventud actual no es resultado de la crisis económica provocada por el Covid-19. Ya estaba instalada en nuestra sociedad desde, al menos, el crack de 2008. Pero ahora vamos a asistir a un grave empeoramiento de la misma, y eso va a generar no sólo cientos de miles de dramas personales, sino un clima de malestar que aún no sabemos a dónde nos puede conducir. Los gobernantes deberían ser muy conscientes de este problema y empezar a tomar decisiones ya para evitar males mayores.

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