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El anunciado fin del Gobierno de Pedro Sánchez

El presidente Sánchez deja, tras ocho meses de Gobierno, un país cada vez más crispado y un PSOE dramáticamente dividido

Como estaba previsto, el presidente Sánchez ha anunciado ya el adelanto electoral para el 28 de abril, poniendo así fin a un periodo de Gobierno socialista tan corto como inútil, marcado por el chantaje continuo del independentismo catalán, que fue uno de sus apoyos fundamentales para que ganase la moción de censura que apeó a Mariano Rajoy del poder. Sánchez, que llegó al poder legítimamente, pero sin pasar por las urnas, lo hizo prometiendo que cuanto antes convocaría elecciones para que los ciudadanos tuviesen la palabra. Sin embargo, el también secretario general del PSOE dejó claro muy pronto que su intención era durar lo máximo posible en La Moncloa, aunque para ello tuviese que someter al país a una continua tensión. El balance de estos ocho meses no es precisamente positivo. El Ejecutivo ha estado más pendiente de los titulares de prensa y de adoptar medidas claramente electoralistas que de gobernar con seriedad y responsabilidad. Ahí está, por ejemplo, su proyecto de exhumar los restos del general Franco y sacarlo del Valle de los Caídos, una operación que ha consumido absurdamente una buena parte de los esfuerzos y que ha dividido agriamente al país; también otras iniciativas que el Ejecutivo ha presentado como "sociales", pero cuya viabilidad económica era más que discutible.

Pedro Sánchez ha decidido convocar las elecciones cuando se ha escenificado en el Parlamento el rechazo a unos Presupuestos Generales del Estado que eran irreales políticamente, extractivos fiscalmente y basados en unas perspectivas excesivamente optimistas sobre el comportamiento de la economía española. Además, pese a las muchas advertencias que se le hicieron, se empeñó en negociar con un independentismo catalán que, hoy por hoy, sigue optando claramente por la insumisión frente al Estado. Al final, ese mismo nacionalismo lo ha dejado caer sin ningún tipo de contemplaciones.

Pedro Sánchez nunca debió haber intentado gobernar con un apoyo parlamentario tan frágil y poco recomendable. Su grupo en el Congreso tenía apenas 84 diputados y la amalgama de socios de investidura era francamente extravagante (independentistas, antiguos proetarras, populistas de izquierda...). Pero se empeñó en hacerlo, más por ambición personal que por servicio público. Detrás deja un PSOE dramáticamente dividido y un país cada vez más crispado y con la sensación de haber perdido ocho meses muy importantes. Ahora nos espera un periodo preelectoral que va a ser de todo menos sosegado.

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