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El dramático crimen de Elche, en el que un adolescente de 15 años mató a sus padres y hermanos al ser castigado sin wifi ni videoconsola por sus malas notas, es evidentemente un caso extremo y con claves que probablemente se nos escapen. Sin embargo, sí da pie para reflexionar sobre un problema social absolutamente generalizado: la dependencia de los menores del móvil y otros tipos de dispositivos electrónicos. Aunque el problema venía de antes, todos los estudios coinciden en que el confinamiento decretado por la pandemia del Covid lo ha agravado considerablemente. Esto está suponiendo no sólo un obstáculo para la formación escolar de los menores, sino también para las relaciones familiares. La gran mayoría de los padres, incluso los más comprometidos con la educación de sus hijos, no saben cómo actuar ante un problema social que sobrepasa no solamente el marco familiar, sino también -y esto es más grave- el estatal. Hoy por hoy, internet está dominado por grandes corporaciones que apenas rinden cuentas a nadie y que, como se ha demostrado en más de una ocasión, actúan sin ningún escrúpulo estimulando la dependencia de nuestros hijos y nietos para aumentar sus ya de por sí enormes beneficios económicos. La dependencia del móvil genera trastornos (ansiedad, dispersión, insomnio, etcétera) que pueden derivar en graves enfermedades. Aparte está el problema de que, con o sin dependencia, da acceso a los menores a una serie de contenidos altamente perjudiciales para su formación moral e intelectual (incitación al odio, noticias falsas, pornografía...). Es hora de que se aprovechen las grandes herramientas de gobernanza mundial (por ejemplo, la decadente ONU) para controlar un problema que es global y que sobrepasa con mucho el marco estatal. Está el futuro en juego.
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