Tribuna

Esteban fernández-Hinojosa

Médico

Ficciones

El hombre común presenta cierta tendencia a resistirse ante afirmaciones científicas que contradicen sus creencias intuitivas o la imagen subjetiva que se forja de la realidad

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Ficciones / rosell

La mentalidad científica no se restringe al estudioso de las ciencias o al profesional del ámbito de la tecno-ciencia. El periodista, el historiador o el humanista pueden también hacer gala de ella. No es una especialización, sino una manera concreta de pensar, un compromiso con un modo de reflexión sistemática y una forma de construir conocimiento y explicar el universo mediante observaciones que más tarde hay que comprobar objetivamente. Pero esta forma de pensar no es espontánea o natural; tiene un camino y hay que recorrerlo. Muchas explicaciones que la ciencia ofrece de la naturaleza contrastan, en mayor o menor grado, con las ofrecidas por las tradiciones y, con frecuencia, con el sentido común del ciudadano común. El sentido común enseñaba en familia que andar descalzo produce resfriados. Pero la mentalidad científica reconoce que tal intuición no pasa de ser una mera hipótesis que nunca fue confirmada.

En carreras como la de Medicina el estudiante puede descubrir con asombro que arrastra algunos errores sobre el funcionamiento del mundo natural y reemplaza alguna que otra absurda creencia heredada de su entorno, pero asiste también al simple intercambio de unas creencias por otras. Porque se necesita un cierto esfuerzo y mucho tiempo para recorrer esa particular forma de pensar que se caracteriza por un sano escepticismo frente a lo que se percibe y mucha disciplina para comprobar criterios antes de ser aceptados. Poseer esa mentalidad experimental no es sinónimo de permanecer en constante pleito con la realidad. Es una forma de ser que observa el mundo con la conciencia abierta, toma apuntes y comprueba las predicciones. Pero acepta que ese conocimiento es probabilístico, que no queda netamente resuelto ni exento de futuras pruebas contradictorias y que progresa de forma acumulativa mediante las aproximaciones que se van sucediendo respecto de la verdad. No le faltaba razón al ensayista Javier Gomá -distinguiendo la verdad científica de la humanística en su libro Ingenuidad aprendida- cuando afirmaba con lapidario estilo que "la historia de la ciencia es un camino en ascensión que ha levantado a su espalda una polvareda de ilustres falsedades".

El positivismo metafísico -iniciado por Hume- defiende que la experiencia que perciben los sentidos tiene el monopolio de la realidad y que más allá de esta experiencia toda realidad queda agotada. Sorprende que algunos científicos acepten como verdad esa creencia sobre la dimensión no experimental del mundo, simple hipótesis que ni siquiera es posible probar. Tan sorprendente como aplicar el método científico a asuntos filosóficos, como el sentido de la vida y de la muerte, la conciencia, la sociedad, la historia o a todo aquello que afecta la vida íntima de cada persona. Si la verdad científica sobre las leyes de la naturaleza tiene su prueba del algodón en el laboratorio experimental, las obras del espíritu humano, que no son categorías explicativas, alcanzan su reválida si siguen aportando sentido con el transcurrir de los años sin término.

Aunque la poderosa mentalidad científica no proporciona conocimiento completo, ha permitido duplicar la esperanza de vida en el siglo pasado, aumentar la abundancia global del planeta o profundizar en la comprensión del universo. Y aún siendo su conocimiento abrumador, no siempre es aceptado de forma plenaria. Así, a pesar de la ingente evidencia en contra, muchos defienden que el cambio climático es puro artificio o que las vacunas producen enfermedades en los niños, por no entrar en detalle sobre las distorsiones del debate de los cultivos genéticamente modificados. El hombre común presenta cierta tendencia a resistirse ante afirmaciones científicas que contradicen sus creencias intuitivas o la imagen subjetiva que se forja de la realidad. Una vez que una idea, por infundada que sea, se integra y generaliza en la mentalidad colectiva no es fácil su desarraigo por autoridad científica.

La mente humana es propensa a crear estereotipos cómodos. Y en un tiempo complejo como el actual, la comprensión de la verdad -que en origen pertenece a la realidad, pero concierne a todo ser humano y no sólo al scholar- palidece con el viejo antagonismo entre un racionalismo fundamentado en evidencias científicas, pero huero de valores y un subjetivismo autorreferencial en el que no cabe la evidencia universal, sino preferencias y afectos más o menos arbitrarios que fundamentan ese neologismo que llaman posverdad. La complejidad del mundo, tan vinculado a escala planetaria, exige un método de búsqueda de verdades que quiebre esa ficción cultural de los moldes racionalismo-subjetivismo e impulse una cultura interdisciplinar en la que se retroalimenten las mentalidades humanista y científica como el gran horizonte del conocimiento.

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