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Tribuna

Pedro parias

Secretario de Feragua

Garantía y soberanía alimentaria

Ahora resulta que lo verde es volver a la aridez, al barbecho, a las explotaciones en desuso y sin rentabilidad, a la miseria y el desempleo

Garantía y soberanía alimentaria Garantía y soberanía alimentaria

Garantía y soberanía alimentaria / rosell

De la crisis energética en la que se encuentra sumida Europa, poco es preciso hablar. Con la guerra de Ucrania, la situación es tan grave que hasta los paradigmas que parecían sólidamente afirmados se están revisando. Baste considerar que la energía nuclear ya ha sido declarada oficialmente energía verde. Piénsenlo bien: si nos lo hubieran dicho hace unos años, nos hubiera entrado un ataque de risa. Nadie pensaba entonces en términos de garantía de suministro. Pero aquí estamos. Con un invierno que veremos cómo lo superamos y si muchos europeos no lo pasarán temblando de frío.

Pues bien, algo parecido podría ocurrirnos con los alimentos. En la pandemia lo vimos. Qué hubiera pasado si en el abastecimiento de frutas, verduras y hortalizas hubiéramos dependido de China como con las mascarillas. El sector agroalimentario fue declarado esencial, pudo continuar su actividad, y gracias a ello, ni en nuestras mesas ni en nuestros supermercados nos faltó ningún alimento esencial. Sin embargo, de esa condición esencial de nuestra agricultura, no se acuerda ahora ninguno de los políticos que lo tuvieron tan claro entonces. En el periodismo amarillista tienen una máxima que dice que no hay que dejar que la verdad te estropee una buena noticia. Y la nueva cultura del agua ha impuesto en la política amarillista otra máxima que dice que no hay que dejar que las necesidades de la agricultura te estropeen una buena oportunidad de mostrarte ecologista.

La agricultura depende fundamentalmente en nuestro país del riego, y el riego depende del agua. Pero ante el problema estructural de falta de recursos hídricos, las soluciones que se escuchan (incluso literalmente) del Gobierno es que haya menos riego. O sea, volver a la desertización de España. Invertir el proceso de transformación agrícola que se inició en España a principios del siglo XX merced a la voluntad y el empuje de unos políticos reformistas y aperturistas que tuvieron claro que había que invertir en regadío. Ver para creer. Ahora resulta que lo verde es volver a la aridez, al barbecho, a las explotaciones en desuso y sin rentabilidad, a la miseria y el desempleo. Y, como observador atónito de esta involución, mi pregunta es: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a abandonar así a su suerte a la agricultura de riego? ¿Vamos a esperar a que tengamos que declarar como alimentos orgánicos los productos ultraprocesados que nos venden en los supermercados? Ríanse, ríanse, pero si la energía nuclear ya es verde, todo puede pasar. También que los precocinados, las bebidas azucaradas y la bollería industrial nos la vendan como productos sanos.

Si queremos que no nos pase, debemos empezar a tomarnos muy en serio eso de la garantía y soberanía alimentaria, antes de que sea demasiado tarde, como con la energía. Y tomarse en serio esta cuestión significa dar a la agricultura de riego la prioridad que se merece. La que se le dio durante el estado de alarma al considerarlo un servicio esencial. No es aceptable, ni siquiera digno, que la solución propuesta por el Gobierno es que haya menos regadío. Como hay menos agua, pues nada, que se riegue menos. Pues mire usted, no. Lo que hay que hacer es garantizar que la agricultura española tenga el agua que necesita para regar para que así los alimentos esenciales nunca falten en nuestros hogares. Lo que hace falta es combatir los prejuicios ecologistas y declarar que presas y microembalses pueden ser auténticas infraestructuras verdes que contribuirán positivamente a la biodiversidad y permitirán que se mantengan nuestras arboledas, que son nuestros bosques en términos de absorción de CO2.

¿Que no es sostenible aumentar la capacidad de regulación de las cuencas? ¡A otros con ese cuento! Lo que no es sostenible es seguir despilfarrando el dinero en estudios y medidas ambientales cuyo retorno nunca se analiza. Lo que no es sostenible es un regadío arruinado y medio rural empobrecido y envejecido. Lo que no es sostenible es pagar la electricidad seis veces más cara que hace dos años, como la pagamos los regantes. Lo que no son sostenibles son los políticos que cerraron las puertas a la energía nuclear y ahora corren para declararla verde. Lo que no es sostenible es una dieta a base de alimentos ultraprocesados.

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