Tribuna

JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD

Catedrático de Antropología

Irracionalidad burocrática

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Irracionalidad burocrática

La obra El Proceso fue inspirada a Kafka por la situación de absurdo que se vivía en los postreros días años del Imperio Austro-Húngaro, donde imperaba una fuerte tradición leguleya confundida con el sentido de lo justo. Entre las hipótesis barajadas sobre dónde se inspiró el autor praguense una me seduce: se trata del proceso real al cual un padre sometió a su hijo para declararlo irresponsable jurídicamente. La víctima, llamada Otto Gross, fue un discípulo de Freud, que defendía posiciones radicales en relación a la cultura dominante y las graves repercusiones psíquicas de esta sobre la sexualidad. Su padre, destacado miembro de la nomenklatura austrohúngara, dirigía un instituto criminológico, y no aceptaba que el hijo le hubiese salido oveja negra, por lo cual inició su persecución hasta lograr encerrarlo en un psiquiátrico. Los intelectuales de la época se movilizaron a favor de Gross, que fue liberado. Pero víctima de las tensiones y de la incomprensión acabó sus días expirando en un oscuro almacén consumido por la enfermedad y la pobreza.

Cuando Orson Welles hizo la versión cinematográfica de El Proceso, una de las más relevantes películas de la historia del cine, una escena sintetiza todo el padecimiento de quien se ve atrapado en la cadena de los absurdos. Enloquecido por un proceso acusatorio del que desconoce incluso la naturaleza de lo que se le acusa, Josef K., habiendo asumiendo una culpabilidad insospechada, pide en la última escena a gritos a los sicarios del poder que le den muerte para acabar con su injusto sufrimiento.

Hace muchos años, en otra época, en 1979, antes de la era informática, Brasil creó un programa de desburocratización que pretendía proteger al ciudadano de los excesos del Estado. Eran conscientes ya entonces que el exceso de burocracia producía injusticia. En nuestro país, los gobiernos de la primera Transición quisieron eliminar la vieja burocracia del franquismo. Como las ventanillas se habían transformado en todo un símbolo de este y del caciquismo, se eliminaron por ley. Ya nunca saldría una mano anónima de detrás de un mostrador sin poder verle la cara al funcionario. Es más, en ciertos lugares se cambiaron viejos funcionarios, antipáticos y poco serviciales, por jóvenes que de amplia sonrisa.

En mi memoria se impone una imagen reveladora: era la primera vez que iba a aquel gran archivo; llegué a media mañana tras recorrer muchas y largas calles de una gran ciudad. Cuando fui a pedir un legajo del siglo XVI el funcionario parapetado tras la ventanilla me la cerró en las narices argumentando que habían puesto un obstáculo cerca, y que no podía atender. Me proporcionó mi petición pasado un buen rato, pero me trajo un legajo distinto. Al ir a devolverlo, entonces me espetó que ya había pasado la hora del servicio y que tendría que volver al día siguiente. Preso de un furor espontáneo, tiré el manuscrito contra una mesa, saltando los ácaros de siglos. Pensé en lo peor, pero salió la amable directora y nos calmó. Ese tipo de funcionario, bilioso, que te saca de quicio fue removido en aquel tiempo.

Empero, a aquella vieja y kafkiana burocracia, que vivía en la intimidad de las entretelas del Estado, le ha seguido la burocracia informática. En apariencia, el ciudadano puede acceder mediante la informática a unos recursos que él mismo gestiona. Han ido desapareciendo todo tipo de instrumentos burocráticos antiguos, y en su lugar los ordenadores nos posibilitan el acceso a nuestros derechos y obligaciones. Hasta ahí todo correcto. El problema, contemplado y agravado con el paso de los años, es que se ha enquistado una nueva burocracia, amable, donde el burócrata ya no está detrás de la ventanilla, sino que somos los propios ciudadanos auto-burocráticos frente a unos instrumentos de marcado anonimato. Nuestro país, y en general a toda Europa, han arribado a unos niveles de burocratización informática difícilmente soportables por este exceso de racionalidad. La máquina funcionaba sola ante nuestro estupor.

Algo así como si hubiese triunfado la "racionalidad burocrática" de la que hablaba que sociólogo Max Weber en los años veinte. No olvidemos, por lo demás, que la racionalidad burocrática, según Z. Bauman, el autor de la vida líquida, está en el origen de la maquinaria de los campos nazis, donde al final tampoco nadie es responsable del funcionamiento de la máquina de destrucción.

El usuario puede y suele verse atrapado en una maraña de absurdos, pero de los cuales sólo él será responsable, que lo lleve a pedir, como en el proceso kafkiano, que lo maten porque él es el responsable de todo. Evidentemente, puede parecer una exageración, pero yo a veces en mis ensueños orwellianos tipo 1984, tengo para mí como si este sistema informático-burocrático frío y autoculpable, lo hubiesen inventado ese señor malísimo de los Simpson llamado Míster Burns, o un científico del estilo del doctor Mabuse, filmado por Fritz Lang en un temprano 1922, cuya inteligencia trabaja incansablemente para dominar el mundo. Supongo que serán delirios, pero ahí queda.

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