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Tribuna

Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Un Jueves Santo singular y fraterno

Visitemos a Jesús en esta tarde mentalmente en todos los sagrarios de Andalucía, agradeciéndole su presencia confortadora y permanente en nuestros templos

Un Jueves Santo singular y fraterno Un Jueves Santo singular y fraterno

Un Jueves Santo singular y fraterno / rosell

En medio de la desventura que nos cerca, iniciamos el Triduo Pascual. Nos encontramos asustados y confundidos por la magnitud de la tragedia, llorando por los miles de muertos, solidarios con sus familias, llenos de temor por los enfermos, rezando por todos ellos, así como por el personal sanitario y los servidores públicos. Por ellos y por nuestros ancianos estremecidos ante tantas amenazas, levantamos los brazos al cielo, pidiendo que cese tanto sufrimiento.

Lo hacemos especialmente en este Jueves Santo peculiar, sin procesiones, sin visitas a los Monumentos de nuestras iglesias. En la intimidad de nuestros hogares, como iglesia doméstica, con el apoyo de la televisión, actualizaremos en esta noche la Cena Pascual de Jesús y sus apóstoles. Como ellos, en este Jueves Santo seremos protagonistas emocionados de este encuentro, en el que el Señor nos hace tres regalos: la Eucaristía, los hermanos y los sacerdotes.

En la noche de Jueves Santo el Señor instituye la Eucaristía. Era la fiesta de la Pascua judía. La primera luna llena de primavera iluminaba aquella noche, como la iluminará también hoy. Jesús celebra la Pascua comiendo el cordero pascual con sus Apóstoles. Y en aquella cena religiosa, en la que Israel recordaba su salida de Egipto, Jesús anticipó su entrega quedándose en la Eucaristía. En este Jueves Santo recordamos la institución de este sacramento. En él nos encontramos con Jesús, vivo, glorioso, resucitado, presente entre nosotros de manera real y verdadera.

En él Jesús se hace nuestro contemporáneo, se nos hace cercano, amigo y compañero de camino. Visitémoslo en esta tarde mentalmente en todos los sagrarios de Andalucía, agradeciéndole su presencia confortadora y permanente en nuestros templos.

La Eucaristía es mesa santa en la que el Señor se convierte en nuestro sustento y alimento. Jesús instituye la Eucaristía después de proclamar el mandamiento nuevo y de lavar los pies a los Apóstoles, gesto con el que les propone un programa de vida basado en el amor, la entrega a los hermanos y el espíritu de servicio. Cuando el Señor propone una tarea, da también la fuerza necesaria para cumplirla. La tarea del amor gratuito a los hermanos, como toda la vida cristiana vivida en una atmósfera de exigencia y de tensión moral, sólo es posible vivirla con la gracia y la fuerza interior que nos brinda la Eucaristía, recibida con las debidas disposiciones.

El Jueves Santo es el día del sacerdocio. Jesús lo instituye después de instituir la Eucaristía cuando dice a los Apóstoles: "Haced esto en memoria mía". Sin sacerdotes no hay Eucaristía. Por ello, hoy pedimos Señor que no nos falten nunca sacerdotes que puedan celebrar este admirable sacramento.

En la víspera de su Pasión, el Señor se queda también con nosotros en nuestros hermanos, con los que Él se identifica. Con la Eucaristía Jesús nos deja el mandamiento nuevo: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado". Participar en la Eucaristía es participar del amor de Jesús por la humanidad, un amor que nos pide perdonar, acoger, servir y salir al encuentro de los hermanos que sufren. El amor fraterno, que Jesús nos enseña lavando los pies a los Apóstoles, no se ejerce pasando de largo o permaneciendo impasibles en la cabalgadura de nuestro bienestar, sino abajándonos, como hizo el buen samaritano, para recoger al hermano que sufre heridas físicas, psicológicas o morales.

La humanidad está viviendo circunstancias tristísimas, inimaginables hace sólo dos meses, que han suscitado en nuestro pueblo los sentimientos más nobles de compasión, cercanía, solidaridad y ayuda fraterna, sintiéndonos un pueblo unido por la fraternidad humana y cristiana. Se dice, y es verdad, que ha aflorado lo mejor de nosotros como pueblo. Nos esperan tiempos duros una vez que desparezca la epidemia, que ojalá sea pronto. Dios quiera que no desaparezcan estas actitudes. Vamos a necesitar grandes dosis de generosidad y de entrega, para restablecer una sociedad hundida y deprimida. Los cristianos, urgidos por el amor de Cristo, debemos ponernos a los pies de los pobres para servirles, compartir la suerte de los desheredados, ponernos de su parte y en su lugar y vivir nuestra vida cristiana desde el amor, el perdón, la compasión, la fraternidad y el servicio a nuestros hermanos, porque también en ellos Jesús ha querido quedarse cuando nos dijo: "Lo que hagáis con estos mis humildes hermanos, a mí me lo hacéis.

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