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Tribuna

juan josé asenjo pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Manantial de evangelización

Manantial de evangelización Manantial de evangelización

Manantial de evangelización

En los últimos años me han preguntado muchas veces si las hermandades siguen teniendo vigencia, si siguen teniendo sentido las manifestaciones de la piedad popular, las estaciones de penitencia de la Semana Santa andaluza, que en opinión de algunos tendrían escaso provecho pastoral. Como es imaginable, mi respuesta siempre ha sido positiva. Sin ningún tipo de restricciones mentales he afirmado que las hermandades y sus manifestaciones siguen teniendo sentido. En el inmediato posconcilio no faltaron voces que afirmaban que su ciclo vital estaba periclitado. Hoy nadie se atrevería a hacer estas afirmaciones. Nacidas en la Baja Edad Media, han sido las primeras formas de organización del laicado católico, desarrollando a través de los siglos una función importantísima en la piedad, el apostolado y la dimensión asistencial y caritativa.

A lo largo de la historia de la Iglesia, las hermandades han sido escuelas populares de vida cristiana, palestras de formación, yunque de espíritu apostólico, impulso de servicio a los pobres, cauce de presencia de los católicos en la vida pública y talleres de santidad, en frase preciosa del papa Benedicto XVI. Todo ello es hoy más necesario que nunca. No cabe, pues, despreciar estas instituciones como si fueran una antigualla o un producto religioso de menor calidad y escaso interés pastoral. Por ello, los pastores de la Iglesia debemos apoyar, acompañar y amar estas instituciones, pues son un cauce no desdeñable de vida cristiana para millares de fieles.

Me refiero ahora a un aspecto de la vida de estas corporaciones de especial actualidad en este día de Viernes Santo. Las manifestaciones públicas de la piedad popular han sido y siguen siendo manantial inagotable de evangelización y de educación en la fe, "el evangelio en la calle", el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado que la piedad popular expresa con suprema belleza y plasticidad en tantos lugares de Andalucía. En estos momentos, nuestra Iglesia está haciendo un esfuerzo importante por redescubrir la dimensión catequética de sus bienes artísticos, nacidos primariamente para la gloria de Dios, pero también para la evangelización, para ser, en frase del papa san Gregorio Magno, el Evangelium pauperum, el Evangelio en piedra, en madera o en metal para la evangelización de los iletrados, de los que no sabían leer o escribir, que en la Edad Media eran la mayoría.

En una época como la nuestra, en la que se ha ido debilitando la transmisión de la fe en la familia y en la escuela; en una época como la nuestra, caracterizada por una secularización que avanza a una velocidad de vértigo y en la que el silencio sobre Dios es cada vez más espeso; en una sociedad como la nuestra en la que la cultura laicista pretende arrojar a Dios de la vida pública y arrancarlo del corazón de los pueblos; en una época como la nuestra, en la que tantos hombres y mujeres han perdido la experiencia de Dios, los cristianos no podemos desaprovechar ninguna ocasión para evangelizar.

Nada necesita con más urgencia el hombre de hoy que a Jesucristo, el único que puede dar respuesta a los grandes problemas de nuestro mundo: las desigualdades entre los hemisferios norte y sur, los atentados contra la vida naciente o en su ocaso, la violencia doméstica, el terrorismo, el nihilismo de tantos jóvenes sin horizontes y sin ideales, la soledad y la angustia de tantos hermanos nuestros.

Por ello, bienvenidas sean las hermosísimas estaciones de penitencia de este Viernes Santo, pues sus sobrecogedoras imágenes, es decir, la belleza nacida de la fe y del manantial límpido y fecundo del Evangelio, tienen un valor evangelizador incontestable. Lógicamente, hemos de procurar que los valores culturales y la belleza que encierran las manifestaciones de la piedad popular no solapen, secularicen o vacíen de contenido la dimensión religiosa que les es consustancial, pues tales manifestaciones son primariamente actos de piedad y de penitencia, de catequesis y evangelización y también llamada a la conversión, pues la contemplación de un Cristo barroco, lacerado, descoyuntado y exangüe, en el silencio de la noche de Viernes Santo, sólo entrecortada por las marchas procesionales o el quejido lastimero de las saetas, nos interpela, conmueve y suscita en nosotros la compunción del corazón. De forma análoga, y con vistas a la transmisión de la fe a los niños, tales manifestaciones pueden ser estimables ayudas para introducirlos en los misterios principales de nuestra fe.

Otro tanto cabe decir en relación con los no creyentes y los no practicantes, que contemplan nuestras estaciones de penitencia. La belleza, tantas veces deslumbrante, de las manifestaciones de la piedad popular en Andalucía es por sí misma un puente tendido hacia la experiencia religiosa. Contemplándola será posible encontrar el camino hacia el esplendor de la belleza, la verdad y la bondad que sólo se encuentran en Cristo, único salvador y redentor, la única vía que nos lleva a la libertad, a la comunión y a la felicidad.

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