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Tribuna

josé antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada

Octubre y la izquierda reaccionaria

Reed tuvo la suerte de poder narrar un momento épico sin asistir a su degradación. Pudo ahorrarse el espectáculo de ver sus ideales arrastrados por el cieno autoritario

Octubre y la izquierda reaccionaria Octubre y la izquierda reaccionaria

Octubre y la izquierda reaccionaria / rosell

En Francia es habitual concebir la existencia de una "izquierda reaccionaria", contrapunto de la "derecha revolucionaria". Este contrasentido es real. Por ejemplo: la izquierda hébertista durante el II Imperio, buscando argumentos anticapitalistas, encontró la figura conspirativa del judío, lo que le facilitó el tránsito al antisemitismo. Un ejemplo más: los khmeres rojos camboyanos, creadores de un comunismo racial. Por su parte, la derecha revolucionaria ha solido ser con bastante frecuencia ateísta. Desde España, donde se identifica izquierda con el progreso y derecha con el clericalismo, estas ecuaciones políticas parecen inconcebibles.

Leo ahora, con motivo del centenario de la revolución de 1917, un folleto del anarquista Gastón Leval, que fuera enviado por la CNT a Rusia a averiguar qué posición habían de adoptar. Su informe, titulado Lenin, sepulturero de la revolución, no tiene desperdicio. Comienza contándonos que Lenin fue recibido con grandes aplausos en el congreso sindical al que asistía, y que el sentir de los delegados era considerarlo un "genio". El único en no aplaudir a Lenin fue él. Le parecía un "abogado de pueblo", casi un patán, en el cual anidaba el espíritu autoritario que luego Stalin, alumno aventajado, desarrollaría. Salva Leval al resto de los miembros de politburó bolchevique, a quienes considera víctimas del autoritarismo leninista, si bien sostiene que a veces a Lenin le asaltaban dudas. A Stalin, ni eso.

Con el tiempo ha ido ganando terreno la idea, esbozada por Malaparte, de que la revolución de octubre fue un "golpe de Estado". Teniendo en cuenta que los bolcheviques eran sólo un tercio de los delegados de los soviets, tuvieron que emplear la persuasión, pero también acorralar a los socialistas revolucionarios que, desmoralizados, les dejaron el campo libre a pesar de ser la mayoría. Quizás, en esto fue fundamental la capacidad de seducción de Trotsky, quien, proviniendo de la tradición socialista, apoyó a Lenin. El mismo Trotsky que al final acabaría hablando de la "revolución traicionada" antes de ser martirizado por Stalin.

Dos filmes históricos nos sitúan en el drama soviético. El tantas veces visto, Doctor Zhivago, de D. Lean, y el menos divulgado, Rojos, de W. Beatty. El primero tiene por telón de fondo la deriva del anarquismo al estalinismo de uno de los protagonistas, señal inequívoca de la tragedia soviética. En la segunda película, Rojos, se aborda la figura de John Reed, testigo de la revolución mexicana, cuyas cuitas había contado en México insurgente, y autor asimismo de los imperecederos Diez días que estremecieron al mundo, donde narra desde primera línea la toma del poder por los bolcheviques. Quería dar a los americanos un retrato vivo y pasional de lo que estaba ocurriendo en Rusia, y lo logró.

Entre nosotros, quizás una imagen viva de las consecuencias de octubre la dio Manuel Chaves Nogales. En una escena memorable de El maestro Juan Martínez que estuvo allí, el bailaor flamenco Martínez retorna al amanecer tras haber bailado en una reunión de aristócratas, en el Kiev de la guerra civil, unas veces ocupada por los rusos blancos, otras por los nacionalistas ucranianos y otras por los bolcheviques. Durante la noche, la ciudad ha cambiado de bando. Ahora los rojos han establecido controles, y en uno paran al bailaor al verlo vestido de frac. El jefe del puesto, oficial de la checa, le dice que lo detiene por enemigo del pueblo. Martínez, aterrorizado, espeta al "camarada" que él es un "proletario". Le pide una prueba, y el flamenco le enseña los callos de las manos resultado de tocar las castañuelas. Reconocido como un proletario salva el pellejo.

Más allá de las anécdotas, que podríamos multiplicar, lo que realmente late en todos los ejemplos argüidos es la tragedia de la izquierda, idealista por antonomasia, y de las derivas autoritarias que la minan, ayer como hoy. Reed tuvo la suerte de poder narrar un momento épico sin asistir a su degradación. Una impagable suerte, porque pudo ahorrarse el lamentable espectáculo de ver sus ideales arrastrados por el cieno autoritario. Sin libertad, la izquierda es tragedia. Habría que situarse en el papel existencial de los personajes literarios de Dostoievski o Tolstoi, anteriores a la propia revolución, para entender este vínculo. Lo queramos o no, el hilo conductor que llega a Stalin, pasando por Lenin, ha dejado muchos cabos sueltos entre nosotros, abocándonos periódicamente a constatar la existencia de una izquierda, por lo general acrítica con su pasado, que cabría calificar de "reaccionaria". Quizás, de esto saben mucho en Podemos, que comenzó nutriéndose de la frescura de las plazas y hoy abriga un autoritarismo ascendente.

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