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Tribuna

César romero

Escritor

Rivera y el ausente

A día de hoy, a la vista de las encuestas, los dos viejos partidos dominantes sólo parecen tener un enemigo común: Ciudadanos

Rivera y el ausente Rivera y el ausente

Rivera y el ausente / rosell

La tentación por seguir el juego de palabras hasta el final y titular esta pieza Rivera y su primo, el ausente ha sido grande (quizá a los más jóvenes haya que recordarles que el franquismo, durante sus largos años, llamó a José Antonio Primo de Rivera "el ausente", título de la reciente novela de Antonio Rivero Taravillo sobre el fundador de la Falange). Pero a veces hay que cortar los juegos de palabras, pues corre uno el riesgo de convertirse en un Cabrera Infante, sin la gracia del escritor caribeño, claro, y de que, por la broma, nadie lo lea (bueno, esto ocurre aun sin estos divertimentos). A diez días de la sorprendente moción de censura que ha aupado a Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno se confirman ciertas impresiones tenidas durante el día y medio de debate.

Lo más llamativo quizá fuera la contundente agresividad del candidato con Albert Rivera, el líder de Ciudadanos. Sánchez empleó un amable tono de guante blanco a lo largo de toda la jornada, incluso con Rajoy, a quien le pidió con extraña cortesía que dimitiera. Más mordaz con el ya ex presidente fue Ábalos, un parlamentario brillante, que recordó citas literales de la sentencia que ha cavado la tumba del político gallego (por cierto, puede ser evidente que el testimonio de Rajoy ante el tribunal de la Gürtel no mereciera credibilidad, pero si a un juez o a un tribunal un testigo no le merece crédito es porque piensa que está mintiendo, y si miente, ¿no debería automáticamente inculparlo por falso testimonio? Los miembros de un tribunal, cuando redactan una sentencia, no están opinando o comentado sobre tal o cual cosa, sino que están juzgando, y si entienden que un testigo no es creíble es porque ha mentido, en cuyo caso están capacitados, y obligados, a actuar en consecuencia, no meramente a opinar). La cortesía del candidato, que con algunos, como Pablo Iglesias, casi rozó la escena de mesa camilla, se volvió pelea bronca y aun barriobajera (esos comentarios privados aireados en público) cuando tocó dar la réplica a Rivera. Tanto que el catalán pareció quedarse algo descolocado y reaccionó de manera torpe y tardía. No sólo Sánchez atacó con inusitada saña al líder de Ciudadanos, sino que prácticamente todos, unos explícitamente, como el líder de Podemos, y otros menos directamente, como los nacionalistas catalanes, lo atacaron. Para alguien que no supiera de qué iba la cosa, para un Gurb que aterrizara en España ese día, quizá pareciera que el presidente censurado era Rivera y no Rajoy, algo a lo que contribuyó que éste estuviera toda la tarde del debate y parte de la mañana del día siguiente ausente.

La ausencia de Rajoy no deja de llamar la atención. Un político tan veterano, tan experimentado, ¿pudo quedarse bloqueado, no dar la cara sino refugiarse en un restaurante durante horas? ¿No sabía ya que la tormenta no escamparía e iba a llevárselo por delante? Ya se sabe que la vejez anquilosa los músculos, hace perder reflejos, y puede que Rajoy, púgil algo sonado por la traición del PNV (y qué curioso que el partido guardián de las presuntas esencias vascas actúe de tan latina, y ladina, manera), no se acabara de creer lo que le estaba pasando. Pero ¿y si su ausencia fuera una jugada meditada, sopesada, una puesta en escena para que toda la tromba le cayera al ingenuo líder de Ciudadanos? A día de hoy, a la vista de las encuestas, los dos viejos partidos dominantes sólo parecen tener un enemigo común: Ciudadanos. Un Rajoy que hubiese disuelto las cámaras y convocado elecciones hubiera sido un nuevo Calvo-Sotelo sirviendo en bandeja la victoria a Rivera (que tal vez sueñe con ser un nuevo Felipe González). La moción de censura, y también la formación del nuevo Gobierno, ha pillado a Ciudadanos con el paso cambiado y es probable que cuanto más se alargue el mandato de Sánchez, más fuelle vayan recuperando los dos viejos partidos. Uno, porque el poder tiene un enorme atractivo para los votantes indecisos, y también para los más veleidosos. Otro, porque un par de años le bastan para que muchos electores olviden su corrupción y vuelva a presentarse como el partido salvador de los bolsillos de los españoles. Entre tanto, Ciudadanos debe saber a qué juega porque puede que al joven Rivera le acabe pasando como a aquellos ciclistas de los 80 y 90 (Breukink, Bugno, Rominger), que tenían un Tour en sus piernas pero jamás lo ganaron. O en el único político al que le han hecho, entre el candidato y el ausente presidente, una moción de censura sin ser (¿nunca?) presidente de Gobierno.

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