Tribuna

Esteban fernández-Hinojosa

Médico

Sueños nocturnos

Hay evidencia epidemiológica de que la falta de sueño es un problema de salud pública. Muchos factores sociales comprometen esas horas sagradas

Sueños nocturnos Sueños nocturnos

Sueños nocturnos / rosell

Cuando estudiaba en la Facultad de Medicina, los temas que por aquellos años aludían a la fisiología del sueño eran verdaderamente exiguos. Se enseñaba las fases del sueño y el mecanismo de acción de los somníferos, pero no comprendíamos del todo los posibles daños inducidos por su consumo habitual. La falta de sueño se ha convertido hoy en una epidemia que late en silencio y alcanza la magnitud de grave problema de salud pública en países desarrollados. De hecho, circula la falacia de que el sueño nocturno es un asunto personal, como ocurre con los gustos culinarios o los pasatiempos dilectos; que la edad, el estilo de vida, el tipo de trabajo o la misma constitución determinan la cantidad de sueño que cada uno necesita.

Un estudio reciente publicado en la revista Sleep con más de diez mil personas de todo el mundo -dirigido por Conor Wild, de la Universidad de Western Ontario- concluye que la cantidad de sueño que necesitan los adultos es universal. O sea, ocho horas de sueño para renovar la fuente de la que brota el entusiasmo. Dormir influye en la memoria, la atención y la capacidad de resolución de problemas, también en la inmunidad y el crecimiento. La falta de sueño se relaciona con la demencia, el aumento de la presión arterial y otras enfermedades cardíacas, con los accidentes cerebrovasculares, el cáncer y los accidentes de tráfico, que son las causas más comunes de morbilidad y mortalidad. Y entre los que duermen poco cada noche están los que creen erróneamente que hacerlo en exceso durante el fin de semana reparará los daños que se desprenden de su privación los días previos.

En la cultura moderna, hablar de las cosas del dormir es como un vicio menor de gente débil. Recuerdo la admiración que Margaret Thatcher y Ronald Reagan -que, por cierto, sucumbieron a la demencia- despertaban con sus hábitos de cuatro horas de sueño cada noche. Pero hoy sabemos que dormir pocas horas sin sufrir daños a largo plazo es excepcional, que la especie humana ha evolucionado desde la oscura narración de sus orígenes para conciliar ocho horas de sueño por la noche. Durante este extraño apagón de conciencia, que consume un tercio de nuestro tiempo, los contenidos mentales se llenan de extrañas visiones que vuelven psicótico al durmiente. Así, alucina viendo cosas que no existen, delira creyendo otras que no pueden ser verdad, se desnorta confundiendo espacio, tiempo y pareja, y padece cambios bruscos en sus emociones. Y al final, como si hubiera flotado en una diáfana levedad, despierta con amnesia y lleno de vigor.

Aunque no se conoce bien este perturbador fenómeno, apunta a funciones vitales fundamentales. Como bastión de la vida saludable, quizá importe más el sueño que los pilares de la dieta y la actividad física; debilítese el sueño y la esmerada dieta o el ejercicio físico se volverán un trajín que sirve de poco, aunque entretenga muchísimo, como decía un cómico de mi juventud. Queda mucho terreno por explorar para una comprensión bien articulada del sueño; no obstante, se sabe que la fase de "movimientos oculares rápidos" o REM y la del sueño No-REM son esenciales para proteger la memoria: en los periodos No-REM se remueve el caótico magma de las percepciones inconscientes del día, caldo nutricio de los arcaicos sedimentos de nuestro ser mental. Se alternan con las fases REM para refinar esa mezcla y dar forma a la arcilla que recrea el recuerdo. Experimentos ingeniosos han demostrado que los sueños poseen funciones terapéuticas, creativas y de resolución interior de conflictos. Articular bien el planteamiento de un problema incómodo o realizar tareas modestas como remover papeles un día de rodríguez requieren sus ocho horas de sueño cada noche.

Hay evidencia epidemiológica de que la falta de sueño es un problema de salud pública. Muchos factores sociales comprometen esas horas sagradas: los imperativos del trabajo, el ruido ambiente, la luz artificial, los aparatos electrónicos, el alcohol, la cafeína, el sedentarismo, el entretenimiento masivo y toda una cultura que no capta la importancia del sueño. Hasta el horario escolar obliga a los niños y adolescentes a un madrugar precoz, sin reconocer que su ritmo circadiano está retrasado casi tres horas respecto al de los mayores, de modo que despertarlos a las 7 de la mañana equivale a levantar a los adultos a las 4 de la madrugada. Por no hablar de las guardias de los médicos o los horarios de los pilotos de aviación que, más allá de la cháchara vacua, es otro melón por abrir.

Yo, si el día se tercia, me cobro venganza del delirio mundano que nos azacanea con unos minutos de siesta, un invento de la naturaleza -de cuyas bendiciones ya dimos testimonio en esta tribuna- que regala al practicante un segundo y metafísico amanecer. Por si acaso.

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