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Tribuna

Antonio rivero taravillo

Escritor

Venecias andaluzas

Cádiz, Sevilla, Málaga, Granada o Córdoba están viendo un cambio radical de su fisonomía. Muchos edificios están siendo rehabilitados, pero son casas zombis

Venecias andaluzas Venecias andaluzas

Venecias andaluzas / rosell

Es falso que la ciudad italiana que se deja abrazar por la laguna (no solo por el Gran Canal y su torneado bíceps, también por sus dedos, caudales de las góndolas) lleve décadas hundiéndose bajo el peso de sus palacios. Lo hace además por el turismo, el cual ya no hay estacas que contengan. Más allá del muy real peso de los visitantes de dos o tres días a los que hay que añadir sus maletas homologadas hasta los diez kilos por las líneas aéreas, está el peso metafórico pero no menos tangible de la destrucción del hábitat urbano, que es decir humano.

Venecia se ha ido despoblando. ¿Significa eso que se ven sus plazas desiertas, los rastrojos corriendo por calles fantasmales como en un poblado almeriense del Oeste? Justo al contrario: la ciudad que ya no tiene apenas habitantes se ve superpoblada por una marabunta: un mar que abunda de turistas (quizá también fantasmas, espectros). La Serenissima recreada literariamente por tantos, de Morand a Gimferrer, de Brodsky a Morris, un día como hoy tiene cincuenta mil almas y la friolera de doscientos o trescientos mil cuerpos de paso. Porque todos somos felices de pisarla y a nadie se le puede negar el derecho a hacerlo. De hundirla como población viva bajo nuestras plantas y de apuntalar, con presencia cómplice, el espléndido decorado.

La comparación con la deriva veneciana lleva ya algunos años en mente de todas las ciudades que padecen un turismo asilvestrado, pero nada que ver con el incremento de los indicadores menos halagüeños desde la pleamar de la pandemia, pasada ya el acquaalta de los contagios que como una mercadería del veneciano Marco Polo llegó de China. En Andalucía hay también ciudades que se han venecianizado y a las que corrigiendo su "aire de Roma andaluza" (dijo Lorca) hoy les ronda un aire vendaval veneciano. ¿Nadie va a evitar la catástrofe?

Hay, sí, intentos tímidos para regular la explosión de los apartamentos turísticos, cuya proliferación tanto daño está haciendo, pero siempre salen a estorbar esa necesaria regulación los seguidores del laissez faire económico que no quieren poner puertas al campo, aunque este sea ya un desolado solar, un yermo urbanita como el que describió T. S. Eliot en su poema ahora centenario. Cádiz, Sevilla, Málaga, Granada y Córdoba, entre las capitales de provincia, están viendo un cambio radical de su fisonomía. ¿Para bien? Muchos edificios de sus centros históricos están siendo rehabilitados y quedando de dulce, pero son casas podríamos decir que zombis, muertas en vida, porque nadie reside en ellas.

Si no se puede evitar el turismo, porque son numerosos los beneficiados por su derrama y además nos gusta viajar cuando podemos, se impone frenar este proceso de construcción imparable, que lo es simultáneamente de destrucción. Hemos sustituido el Ministerio de la Vivienda por muchos otros de dudosa utilidad y nombres larguísimos. No es extraño, pues, que no se atienda a lo medular, entre lo cual desde tiempos de las cavernas se cuenta el tener techo. ¿Es normal que algún barrio andaluz tenga ya más de la mitad de sus pisos y apartamentos dedicados al turismo? ¿Que en muchas otras collaciones no entre un albañil si no es para la transformación de inmuebles destinados a esta nueva industria, más tolerable porque a las chimeneas y el humo de antaño ha reemplazado una abigarrada multitud con coloridas toallas colgadas en barandillas de los balcones?

Ezra Pound, que vivió en Venecia, escribió de la usura que con esta "nadie tiene una casa de buena piedra". Con la usura moderna de los apartamentos turísticos "nadie tiene un ladrillo" propio en el centro de las ciudades, donde los alquileres son imposibles y donde los propietarios antiguos prefieren destinar sus inmuebles a la alta rotación de inquilinos rápidos, de relaciones breves de aquí te pillo aquí te mato y si te he visto no me acuerdo. También las ciudades se prostituyen y como en las casas de mala nota no se ve en ellas un niño, porque no hay hogares.

Por un afán desmedido de lucro, las ciudades entregan una libra de su carne, junto al corazón, como en El mercader de Venecia. Pronto los atestados pero deshabitados centros de ellas estarán representados no por los electores censados sino por las empresas de apartamentos y los fondos de inversión que las sustentan, y los alcaldes dejarán de tratar de persuadir a los ciudadanos para negociar con los consejos de administración.

Hace falta un golpe de timón. Un gondolero sabe perfectamente cuándo rectificar el rumbo.

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