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Tribuna

Esteban fernández-Hinojosa

Médico

'Vir bonus medendi peritus'

La vocación médica combina su voluntad de servicio con la respuesta al reto que plantea cualquier enfermedad ya sea aguda, crónica, frecuente o rara

'Vir bonus medendi peritus' 'Vir bonus medendi peritus'

'Vir bonus medendi peritus' / rosell

En países desarrollados, la prevalencia del cóctel de patologías crónicas en la edad avanzada está bien documentada. A los 80 años la mayoría padece más de dos enfermedades. Y a esa población se destina la mayor parte de los recursos sanitarios. Bajo dicha mezcla de morbilidad subyace el aumento de la esperanza de vida y el de la de la población anciana. Estos cambios epidemiológicos ejercen un impacto implacable sobre los sistemas de salud, cuyo universal deterioro se ha relacionado con la escasa adaptación a las necesidades de los nuevos perfiles de la población. Se mantienen sistemas de salud con estructuras y filosofías que otrora respondieron a las necesidades de paciente menos añosos y con más padecimientos agudos, mientras la atención del paciente crónico de hoy exige otra orientación. A pesar de la nueva epidemiología, las estructuras sanitarias y las relaciones entre hospital, domicilio y Atención Primaria son aún tratadas por las administraciones de manera marginal.

La vocación médica combina su voluntad de servicio con la respuesta al reto que plantea cualquier enfermedad ya sea aguda, crónica, frecuente o rara. En la práctica clínica, la formación científica es un instrumento formidable en la búsqueda eficaz de soluciones. Los médicos compartimos esa voluntad de servicio con la fascinación por la capacidad de la ciencia para descubrir leyes secretas de la biología. Pero el descomunal progreso tecnocientífico lleva a que su aplicación sea monitorizada por un celo burocrático un tanto ciego que, de alguna manera, entorpece la relación médico-enfermo. Las exigencias contractuales de la administración pueden transformar el carisma del médico en un funcionario muy especializado. La necesidad de racionalizar recursos lleva al docto funcionario a permanecer no tanto al servicio del paciente como de la gestión y la organización, lo que reduce su práctica a rutinas administrativas alejadas de la misión original. Consagrado a la burocracia, desaparece aquella singular experiencia del médico que Laín Entralgo llamó "una aventura humana y médica inédita", de manera que los aspectos más personales del enfermo quedan relegados en la propia gestión.

No todo está perdido. Al sur de la península, en el antiguo hospital militar San Carlos (en San Fernando, Cádiz), hoy flamante hospital público del mismo nombre, un equipo formado por enfermeras y médicos internistas, con mucha ciencia, paciencia y ojo clínico, se afanan, sin perder un ápice de sensatez, en el cuidado de los incontables achaques de mi nonagenario padre. En cada visita a su Hospital de Día Médico, me sorprende el entusiasmo de estos profesionales por los proyectos en los que andan azacaneados. Con la hospitalización a domicilio, por ejemplo, quieren adaptarse, adelantarse al futuro y seguir creciendo. Están pendientes de que alguien de la administración apruebe su salida a los domicilios de muchos pacientes, aun teniendo éstos criterios de ingreso hospitalario. Sepa el lector que el hospital es un espacio agresivo para personas frágiles y dependientes. En las plantas se desorientan, se agitan, se confunden, se administran sedantes, se colocan sondas, se caen… Si este equipo pudiera trasladarse al domicilio (que puede funcionar como centro sanitario, administrando antibióticos de uso hospitalario, etcétera) evitarían la mayor parte de esas complicaciones. Por el contrario, la falta de recursos que padece San Carlos obliga a trasladar a algunos pacientes al hospital de Cádiz para procedimiento esenciales (biopsias, nefrostomías…), cuando son los recursos los que deben ser trasladados a San Carlos y evitar al enfermo ese tour por la bahía. Y eludirían asimismo otros traslados de enfermos -con evolución incierta, pero potencialmente curables- si contaran con una unidad de Cuidados Intermedios. Los desplazamientos, además de disparar los costos, disparatan a los pacientes.

Nos jugamos nada menos que una de las conquistas más elevadas de nuestra especie. De ahí este testimonio de gratitud a mis colegas del hospital San Carlos, tanto por el servicio que ofrecen a personas vulnerables como por el afán que los mueve a adaptarse a modelos de futuro. La medicina, como ciencia, practica las leyes abstractas de las regularidades de la naturaleza del organismo, pero posee también una dimensión que estructura su esencia y es además irrenunciable: un arte y un ojo clínico que, surgido de la cepa de la experiencia, hace prevalecer la singularidad de cada paciente y el respeto a su persona. Sin esta forma de compasión, de civilización, que custodian los médicos de mi padre, se perdería para siempre el rastro de aquella figura que mencionan los textos clásicos, y que da título a este texto: el hombre bueno perito en ofrecer remedios.

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