La tribuna
Francisco Núñez Roldán
Al final del camino
La tribuna
La valoración del reciente Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva (AENC) suscrito por las organizaciones sindicales y empresariales ha sido prácticamente unánime. La consecución de acuerdos forma parte del imaginario colectivo de lo que es deseable para buena parte de la sociedad, algo lógico si tomamos en consideración la multitud de fenómenos desestabilizadores que acumulamos en un periodo muy corto de años (pandemia, conflicto bélico, aceleración de la crisis climática, cambio tecnológico, etc.). Vivimos en un mundo que se transforma a velocidad de vértigo generando brechas de desigualdad y un abanico de experiencias personales que giran en torno a la frustración, el desencanto o la propia inseguridad por el futuro. Es cierto que la polarización y el fanatismo se nutren de este humor social, pero resulta también innegable que la mayoría de las personas interpretan de forma muy positiva la capacidad para alcanzar consensos que consideran prioritarios entre tanta crispación. De aquí la importancia de este tipo de logros negociados.
El contexto no era fácil, pues partíamos de un acentuado conflicto de rentas reflejado por el alza generalizado de precios que dificulta la satisfacción de necesidades básicas de muchas familias y agrava la pérdida de poder adquisitivo que acumulan las rentas del trabajo en los últimos años. Sin embargo, se canaliza en el AENC una hoja de ruta para el necesario crecimiento de salarios conforme a la positiva evolución económica y del empleo, permitiendo que sea la negociación colectiva sectorial o de empresa la que adapte a cada realidad productiva sus particularidades. Es decir, se reconoce la necesidad y oportunidad del incremento de los salarios conforme al de los precios, previendo fórmulas de corrección en positivo en función de cómo evolucione la inflación en los próximos años. Hay que subir salarios, en román paladino.
De igual forma, se introducen en el acuerdo principios de consenso sobre aquellas materias que marcan ya las profundas transformaciones que atraviesan la organización del trabajo y de las empresas: inteligencia artificial, teletrabajo y desconexión digital, ordenación del tiempo de trabajo, etc. Sindicatos y organizaciones empresariales participan de una realidad, la productiva, que afronta cambios intensos. Toca negociar el algoritmo con la complejidad que ello supone, por ejemplo, así como objetivos sobre los que resulta imprescindible avanzar a mayor ritmo (seguridad y salud, igualdad, formación y adaptabilidad a los nuevos empleos o jubilaciones flexibles). Hay que recordar que este tipo de acuerdos están llamados a servir de referencia para miles de convenios colectivos cuya negociación se lleva a cabo por comisiones muy imbricadas y conocedoras de las especificidades de sus respectivos ámbitos sectoriales. Lo que vale para unos se adapta para que sirva a otras. Se negocia desde el barro, vamos.
Este acuerdo ha precisado de altura de miras y "sentido de Estado" por parte de unos y otras, muestra de lo que ha sido patrón de comportamiento por parte de agentes sociales y económicos incluso durante los años de mayor excepcionalidad como fueron los de la pandemia. La responsabilidad de quienes representan intereses de parte con ánimo de consenso ha permitido hasta 17 acuerdos de diálogo social de ámbito nacional en esta etapa, algunos de notorio resultado como la reforma laboral, que se describe de forma muy elogiosa en el preámbulo del AENC. Esta cultura de diálogo y concertación está muy consolidada en el ecosistema de relaciones laborales de nuestro país y se refuerza de forma cotidiana con la superación de desencuentros y la práctica de algo tan importante como "pactar el desacuerdo". Y funciona, qué duda cabe, en beneficio del conjunto de la sociedad y reforzamiento de nuestra democracia, que va más allá de lo que pasa en sede parlamentaria. Cabría incluso decir que podría aprovecharse, en estos tiempos de campaña electoral sine díe, algo más de cultura negociadora en el ámbito político para abordar los retos del mundo presente. Menos drama y más diálogo. Más acuerdo y menos polarización. Ojalá muchos acuerdos de este tipo en los ámbitos municipales y provinciales a partir del 29 de mayo. Sería un buen indicador de calidad democrática.
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