Tribuna

César Romero

Escritor

¿Otro artículo sobre la Feria?

Un artículo más sobre la Feria? ¿Otro? Hubo un tiempo en que cuatro de cada tres novelas españolas se ambientaban en la Guerra Civil y el escritor Isaac Rosa, hábilmente, rescató una suya y la rebautizó con el título de ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil! Ha acabado la Feria y los creadores de opinión que llevan siglos pontificando desde sus columnas en salvaguarda de las esencias de la sevillanía, aunque algunos ejerzan hace poco, ya nos han endilgado su columna (o columnas, pues los hay que repiten) sobre la traída y llevada Feria. Así que no, no esperen otro maldito artículo sobre ella.

Los argumentos de los susodichos no varían mucho. Que la fiesta se nos ha ido de las manos. Que había socios que no podían entrar en sus casetas (tanta gente había, miarma). Que de sábado a sábado es una exageración. Que ya parece una Feria de Sevilla sin sevillanos (y eso, ni el malaje de Antonio Machado lo querría). Que a ver si volvemos al lunes del pescaíto (quienes jamás dirán Madrugá o churros, siempre Madrugada o calentitos, son más laxos con lo del pescaíto, que también hay gradaciones en la ranciedumbre). Y eso, si se quedan en el Real y no hablan de la Real…Maestranza (no la comparan con la plaza de los carros de La Algaba porque está ahí al lado y además allí Curro Romero decidió acabar su larga carrera, uniendo así su nombre a los de Talavera de la Reina, Linares o Gómez Cardeña, afortunadamente sin sangre mediante).

Hace casi un siglo Ortega diagnosticó el sino de nuestro tiempo: todo está lleno de gente. El síndrome de la aglomeración lo llamó, en la primera página de su más célebre obra. Y eso en 1929, cuando apenas había gente. Qué diría ahora, cuando la Feria está llena, y la Semana Santa, y en breve las carreteras camino de las playas de Cádiz y Huelva. Y los bares de la Alameda y Casa Ozama y Ruperto y El Rinconcillo y. Todo está lleno, porque somos muchos. Y pese a ello, son más los sevillanos que no tienen, ni jamás tendrán, caseta y pisan poco o nada la Feria (aunque ningún columnista entone su llanto por éstos). Y pese a estar tan llena, son muchos los sevillanos que no han puesto un pie en ella, ni lo pondrán en una playa cercana, porque no tienen un euro (aunque ni los políticos de presunta izquierda, que también han venido al Real a darse su bañito de masas, los recuerden al probar la manzanilla). Hay tanta gente que quienes quizá querrían vivir aún en 1929, o sigan pensando en las esencias de la Sevilla de entonces, no saben qué hacer con ella. Les sobra (salvo cuando lee sus columnas, claro). ¿Qué hacer con la Feria? Lo que los paisanos feriantes quieran hacer. Que si algo supo siempre el sevillano fue adaptarse a la circunstancia y aceptarla con conformidad, y tal vez por ser su esencia tan maleable, en verdad tan etérea, perdure aun cuando sus autoproclamados guardianes lleven siglos viviendo del llanto por su pérdida.

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