Creo que sobrellevo el paso de los años con naturalidad, sin esa absurda nostalgia que suele generar frustración. Mi generación (la de los sesentones) fue educada para asumir las contrariedades con una normal consolación. Y la consolación me ha acompañado a lo largo de mi vida. Tuve una novia Consolación; en el deporte solo podía aspirar al premio de consolación; y fui muchos años notario de Utrera, cuya patrona es la Virgen de Consolación.
La consolación más permanente ha sido la bodega bar Consolación, sita en la esquina de la calle de la Virgen del mismo nombre con la del Valle.
Recuerdo que de pequeño iba a ese establecimiento a recoger las cervezas y el vino que había encargado mi madre para alguna celebración. Y recuerdo que había un empleado muy joven y bromista al que llamaban Curri.
Recuerdo que de adolescente tomé allí mi primera cerveza y me supo fatal. También veía jugar a mis amigos a las maquinitas de petaco, las movían en exceso y saltaba el odiado tilt, con la terminación automática de la partida. Curri, con paciencia, nos decía que no fuésemos tan brutos y que gritáramos menos.
Recuerdo que, más adelante, iba con mi hermano Manolo (murió con 21 años) a tomar alguna caña (descubrí que la Cruzcampo sabía a gloria) con caracoles. Curri, a veces nos apuntaba que no era el día de los mejores caracoles. Trataba a todos los parroquianos con respeto y una cómplice camaradería. Ya era solo bar, y empezaba a ser conocido como El Consola. Recuerdo que he desayunado muchas veces en la barra el famoso “may flay” (¿my fly?): un mollete con aceite, tomate y jamón. Y Curri me preguntaba con su habitual sonrisa si lo quería medio o entero.
Recuerdo que muchos sábados he comido con mi familia en una de las tres mesas interiores. Curri nos atendía con cariño y mis hijos solían pedir el sabroso “perolito”: una cazuela de huevos revueltos a gusto del consumidor.
Recuerdo que con el tiempo Curri se hizo titular del establecimiento, empezó a ser mi cliente, y pude descubrir que se llamaba Antonio. Hablaba con orgullo de su mujer, de sus hijos y de su nuera, que llegó a ser secretaria de Estado de Hacienda.
Recuerdo que muchas tardes de los últimos años he podido ver a Curri (trabajador infatigable y ya mayor) cargado con bolsas de víveres para reponer las existencias agotadas durante la mañana. El Consola, lleno de clientes a cualquier hora del día, nunca ha sido un bar bullanguero, porque todos nos contagiábamos de la educación y tolerancia de Antonio, de su saber estar.
Recuerdo que hace unos meses murió su hijo varón, y fui a darle el pésame. Me puso una cerveza: solo pude tomar un leve sorbo, luctuoso y muy amargo.
Ya es público que Curri ha traspasado el bar. El flamante titular lo va a rotular como El Consola. Debería ser elNuevo Consola. Porque El Consola siempre será el de mi querido amigo Antonio, a quien deseo salud y consuelo con un fuerte abrazo. Yo me quedo nostálgico y triste. Sin consolación.