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César romero

Escritor

Las otras corrupciones

Políticamente, en España siempre hubo políticos corruptos, pero era algo socialmente consentido hasta los últimos gobiernos de Felipe González

Las otras corrupciones Las otras corrupciones

Las otras corrupciones / rosell

La corrupción es tan vieja como el género humano y, por mucho que se la persiga o acote o intente frenar, durará lo que aquél perviva. Políticamente, en España siempre hubo políticos corruptos (y sí, muchos otros honrados a machamartillo), pero era algo socialmente consentido hasta los últimos gobiernos de Felipe González. Al igual que al anterior jefe del Estado, el crédito ilimitado que la sociedad española le dio para gobernar empezó a perder avales cuando se vio que también hacía aguas, que bajo su amparo se estaba traicionando la enorme e inocente ilusión puesta por tantos en su proyecto, que no iba a acabar con la pandémica corrupción, sino a revestirla con otros ropajes. De esos años data la reforma del Código Penal que tipificó delitos como el de tráfico de influencias, entonces estrella novedosa, y el retrato robot de corruptor y corrompido: el empresario, normalmente de la construcción, ávido de ganancia rápida y exponencial, y el político o funcionario de turno, que usa el servicio público en beneficio propio. Ambos estereotipos aún perduran, un cuarto de siglo después, y decir corrupción parece que es hablar sólo del ámbito público, donde un Adán concejal de urbanismo y una Eva arquitecta municipal son tentados por una serpiente promotor inmobiliario que les ofrece un pingüe pellizco en forma de ladrillo, no de manzana, que evidentemente no podrán rechazar. Y no, hay más corrupciones, muchas otras corrupciones.

Algunos escritores que ya en aquella lejana época denunciaban esta traición de un Gobierno de izquierda, que por fin iba a traer la honradez a lo público, a su ideario, han estado décadas participando como jurados en premios literarios repartidos por la vasta geografía nacional, premios a los que supinos aspirantes a escritores se presentaban con tanta fe como candidez, pues estaban más que dados de antemano, algunas veces aun a amigos íntimos de esos literatos que el día anterior se habían despachado criticando la corrupción del político del momento. ¿No era corrupto participar en esa componenda? ¿Sólo lo era si el dinero del premio venía de una entidad pública (cosa que sucedía en muchas ocasiones, cuando las cajas de ahorro, esas entidades público-privadas, dotaban sustanciosamente multitud de premios)? Cuántos personajes del mundillo literario se han ido bandeando así y tenían la osadía, y algunos aún la tienen, de señalar las corrupciones de los demás, como si ellos estuvieran libres de pecado.

Y si hablamos de periodismo, no hay que remontarse a anécdotas de críticos teatrales (como aquel a quien un actor debutante le prometió un regalo, si le hacía una buena crítica, que escribió al día siguiente, con malicia inigualable, que "el actor nuevo promete, a ver si cumple") o taurinos (conocidos algunos como "sobrecogedores"), al periodismo marginal, sino quizá al centro mismo del negocio. Medios cuyo prestigio empezó a resquebrajarse cuando miraron para otro lado o callaron al aparecer noticias perjudiciales para sus principales acreedores o accionistas en otros medios (evidentemente nadie, salvo algún infante real, va a pegarse un tiro en su pie); o profesionales con venerada pluma o micrófono que siempre se arriman al sol más cálido, o arrojan un espeso silencio sobre quienes no transigen con sus cambalaches (o chantajes, directamente), y se permiten dar lecciones a diario sobre la corrupción en la vida pública, cuando ellos están más corrompidos que un cadáver al tercer día.

O en ese ámbito ahora tan alabado, y elevado a los altares, y aplaudido: el sanitario. ¿No hay corrupción en el mundo sanitario? De entrada, junto con algunos profesores universitarios, son los únicos empleados públicos que a la vez pueden trabajar en el sector privado, manteniendo una compatibilidad privilegiada y pluriempleo en tiempos de escasez (y no es que vayan a pasarse pacientes de la consulta pública a la privada, o a la de un allegado, a veces el propio paciente se deriva). O la enorme influencia de las industrias farmacéuticas en el quehacer cotidiano de nuestros médicos. El doctor Sitges-Serra, autor del muy interesante ensayo Si puede, no vaya al médico, hace suyas unas palabras de una editora americana: "Los médicos no deberían aceptar regalos de la industria, por modestos que sean, y deberían pagarse sus congresos y su formación continua". Quien corre con gastos de congresos, desplazamientos, comidas, etc. pone luego en manos de los profesionales de la sanidad las medicinas que pueden o no recetar. Cuando menos es tentador, y si no es la base para una extensa corrupción es porque nuestros sanitarios suelen ser heroicos marinos con los oídos taponados ante estos cantos de sirena. Taponados con cera natural, claro, no con tapones comercializados por alguna industria del sector.

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